En el 2000, el presidente de Argentina, Fernando de la Rúa, visitó la tierra gallega de su abuelo. Vino con mujer e hijos, uno de ellos entonces pareja de la cantante. Hubo tal multitud que hasta podría estar ella sin que nadie la hubiese visto
22 oct 2024 . Actualizado a las 16:02 h.Fueron solo unas horas. ¡Pero qué horas! Hace 24 años, en octubre del 2000, el entonces presidente de Argentina, Fernando de la Rúa, que después pasaría a la historia como el dirigente que ordenó el corralito, hizo una visita de médico a la localidad que vio nacer a su abuelo, a Bueu. Fue, efectivamente, una estancia corta, pero intensa a más no poder. Sirva un dato para corroborarlo: hasta se había pintado de rosa la casa consistorial para que hiciese de réplica de la emblemática Casa Rosada de Buenos Aires. Fernando de la Rúa fue recibido por una multitud. Él, que también hizo parada al día siguiente en Santiago de Compostela, vino a Galicia en familia, con su mujer y con al menos alguno de sus hijos —en las crónicas de la época se hablaba sobre todo del pequeño, de Fernando—. Y hubo tanta emoción que el protocolo llegó a saltar por los aires. Ellos acabaron recibiendo tantos besos y abrazos que quién sabe si perdida por allí por Bueu podría haber estado también Shakira, entonces nuera del presidente argentino por ser la pareja de su hijo Antonio. Todo podría ser porque fue una visita de infarto.
Con Shakira de incógnito o sin ella —años más tarde, cuando en A Coruña intentaban contratarla para un concierto, se apelaba a que podía aprovechar para visitar Bueu y conocer a su familia política—, la visita de Fernando de la Rúa a Bueu se vivió como un gran acontecimiento. El entonces presidente argentino había venido de gira oficial a España, donde se había reunido con su homólogo en el país, José María Aznar. Pero hizo un alto en las obligaciones de su agenda para dejarse caer por Galicia y visitar la tierra de la que había partido su abuelo hacia Argentina y que él ya había visitado en 1963, cuando aún estaba despegando su carrera política.
Su avión presidencial aterrizó en Peinador y allí mismo le recibió Manuel Fraga en un encuentro en el que ambos tiraron de euforia. «¿Qué tal, señor presidente?», le gritó el argentino al gallego mientras bajaba la escalera del avión con los brazos en altos ya preparados para abrazarle.
Viajaron los dos en un Mercedes hasta Bueu y allí Fernando de la Rúa supo lo que es que un pueblo entero de Galicia se eche a la calle. Dijo que había visto «el rostro de Bueu» en unas horas en las que sonaron muiñeiras, pasodobles y tangos, recogió su título de hijo adoptivo de la villa, se llevó un árbol genealógico gigantesco de su familia y, por supuesto, comió marisco e hizo su paladar a la uva tinta femia que da singularidad al vino local. La nota más emotiva del día la puso el encuentro que mantuvo con las parientas que le quedaban en Galicia, su prima hermana Carmen Mora de la Rúa, residente en Vigo, y Adelaida Barreiro, que vivía en Bueu y tenía entonces 88 años. Ellas estaban allí para aplaudirle y contarle la historia de sus ancestros, que fundaron el pazo de Santa Cruz, donde está grabado el blasón familiar de los De la Rúa. Hubo visita a esta casa noble y el mandatario argentino se marchó de las Rías Baixas diciendo que le entregaba su corazón a los más de mil buenenses que le recibieron a pie de plaza mientras sonaban las gaitas.
Del paseíllo al café
Tras aquel día intenso en Bueu llegó otro no menos ajetreado en Santiago de Compostela. Tanto en un sitio como en otro los De la Rúa demostraron que eran una familia bien espontánea, capaz de volver loco al personal de seguridad con sus idas y venidas. En el caso de Bueu, el hijo menor del presidente y su esposa, Inés Pertiné, se perdió entre la multitud para poder conocer esta tierra marinera bien a gusto: «Voy a recorrer la villa, que es divina», decía a quienes se quedaban perplejos con que abandonase la comitiva principal para pasear por las calles como uno más.
Al día siguiente, en Santiago, fue su madre la protagonista de una anécdota similar. Cuando faltaban pocos minutos para que el avión de las Fuerzas Aéreas Argentinas levantase el vuelo, el dispositivo de seguridad del presidente argentino comenzó a hacerse una pregunta: «¿Dónde está la señora De la Rúa?», decían. Porque no había rastro de ella por el Obradoiro. La mujer asomó poco después por la plaza con sonrisa de oreja a oreja y contó que se había perdido voluntariamente porque no podía marchase de Santiago sin ver un poquito más de un «lugar tan lindo».
Por si con esto fuese poco, la visita dejó más episodios similares. Cuando apareció la primera dama y parecía que por fin la comitiva podía ir despidiéndose hubo que esperar por el canciller de Exteriores, Adalberto Rodríguez, que se había ido de compras por la Compostela monumental y no había vuelto. En medio de todo ello, hasta el entonces presidente argentino rompió con el guion establecido. Se preveía que él y su mujer paseasen por las calles de Compostela. Pero el hombre, que demostró que llevaba a un buen gallego dentro, se emocionó con los mil y un bares compostelanos y pidió si podía tomar un café. El conselleiro Jaime Pita dijo que sí al momento y allá se fueron a una cafetería de la rúa do Vilar, donde degustaron postres. A la salida, hasta se entonó a cantar el himno argentino. Como en casa.