Los furanchos son tendencia en las Rías Baixas: «O día que vin a Leonor aquí quedei parvo e ás veces hai Porsches na porta»

PONTEVEDRA

Hasta la princesa de Asturias estuvo en uno de los locales que despachan el sobrante del vino de casa y el presidente de los furancheiros reivindica: «Hay que distinguirlos de los bares, si te pone Coca-Cola no es de los nuestros»
23 abr 2025 . Actualizado a las 15:23 h.Manolo Torres, el furancheiro decano de Poio, no acaba de entender lo que ha pasado con estos locales, con los furanchos —también llamados loureiros— a los que la Xunta permite abrir tres meses al año para vender el excedente del vino de casa acompañado de unas tapas: «Antes eran un sitio para xente de nivel algo baixo ou como moito medio. A maioría viñan beber unha cunca de viño e traían a comida da casa, igual o que lles sobraba do mediodía. Pero agora hai tamén xente con moito poder adquisitivo. Podes ver Porsches aparcados na porta. Eu non saio do asombro porque esa xente podería ir a locais de moito máis luxo, pero queren vir aquí», indica. Esa perplejidad que le acompaña fue máxima el día que su hija entró en la cocina de su local, que se llama A de Caballero, donde él estaba con la zorza y el raxo al fuego, y le dijo que la princesa de Asturias estaba sentada a la mesa en el furancho: «Pensei que era unha broma, pero cando vin a Leonor aquí quedei parvo... e a xente que estaba ceando tamén quedou parada», cuenta.
Que Leonor se pasase en diciembre, cuando era alumna de la Escuela Naval de Marín, por un furancho de Poio junto a sus compañeros no es más que el reflejo de que ir a estos locales es una tendencia cada vez más en boga. De hecho, la mayoría reconocen que no llegan ni a estar abiertos los tres meses al año —y eso que suelen limitar las aperturas a los fines de semana o como mucho a jueves, viernes, sábado y domingo— que les permite la normativa puesto que acaban antes las reservas de vino de casa —de bebidas, solo pueden ofrecer los vinos caseros y agua, nada de refrescos o cerveza—. Solo en Pontevedra, este año se autorizaron un total de trece furanchos. El Concello, consciente del furor que hay por los locales, tiene una web en la que se pueden ver las direcciones, cómo llegar y sobre todo las fechas de apertura, porque aunque casi todos las concentran en estos meses primaverales algunos las adelantan y a estas alturas del año ya bajaron la verja hasta el 2026.
El Furancho de Sara es uno de los que está abierto. Se ubica en San Miguel de Marcón y su dueño, Juan Arribas, comulga con la idea de que los loureiros cada vez suman más adeptos: «A xente xa chama para reservar porque ten medo de que non haxa sitio. Penso que lles gusta o noso sistema, vir comer unhas tapas feitas na casa e tomar unha cunca. Aquí temos o típico, tortilla, raxo ou uns ovos con patacas fritidas», indica. Hay que recordar que las viandas que se pueden servir, todas ellas platos básicos de la gastronomía gallega, las marca la Xunta y que, como mucho, cada local puede tener un máximo de cinco en la carta. A de Sara se puso como objetivo este año vender 2.500 litros de vino cosechado en casa. Y creen que no habrá problema para despacharlo todo: «Levamos dez anos e sempre acaba vindo xente. Máis rápido ou máis lento sempre se vai o viño», señala Juan, que se dedica a las artes gráficas pero que desde hace una década combina ese trabajo con el de tener un furancho.
En Marín, Vilaboa, Barro, Bueu, Sanxenxo o Poio también es temporada fuerte de furanchos. Desde el marinense de A do Maño, Manolo López espeta: «Á xente gústalle vir beber unha cunca de viño e as nosas tapas. Andan a modo con el porque saben que poden dar positivo se conducen, pero seguen vindo tomalo».
El presidente de los furancheiros: «Si te pone Coca-Cola, no estás en uno de los nuestros»
Antonio Juncal es, desde el año 2024, el presidente de la Federación de furancheiros y viticultores de Pontevedra y también el responsable de un furancho en el municipio pontevedrés de Vilaboa. Juncal reconoce que el ambiente es favorable para estos negocios que beben de la tradición. Pero anima a distinguirlos de bares o taperías. Así, explica: «Hay muchos antiguos furanchos que, dado que iban muy bien, se acabaron reconvirtiendo en bares con sus pertinentes permisos y a veces mantienen el nombre de furancho. Pero no podemos confundirlos. Si te pone Coca-Cola o cualquier otro refresco, no estás en uno de los nuestros. Nosotros solamente podemos dar de beber agua y vino. También tenemos una apertura limitada a tres meses y unas tapas muy concretas. No somos un bar, somos otra cosa», indica.
Juncal cree que las cosas van bien en cuanto a la respuesta del público, ya que cada vez son más los que serpentean las pistas rurales buscando las ramas de laurel colgadas en la puerta que suelen identificar a los furanchos auténticos. Pero considera que el talón de Aquiles es la falta de relevo generacional: «Acabamos de ver un caso en Marcón, en Pontevedra, donde cerró un furancho histórico porque no hay nadie que quiera continuar con él. La mayoría de las personas que estamos atendiendo los furanchos somos de mediana edad o mayores... nos faltan jóvenes», dice. Luego, concluye: «Un furancho es tradición, son precios asequibles y tapas caseras. Comes, bebes y si quieres también cantas o tocas la gaita, que se puede».

Álvaro y Carmiña, abuela y nieto juntos en el negocio: «A xente cea ben por dez euros»
En el lugar de Birrete, en la parroquia pontevedresa de Salcedo, está O Avillado, un furancho en el que están detrás de la barra tres generaciones: los abuelos, los padres y Álvaro, que tiene veinte años, estudia nutrición y también hace las veces de camarero en los meses en los que está abierto el negocio. Él tira de sinceridad y dice: «Abrimos en marzo e xa pouco viño nos queda, a xente si que anda tola por vir aos furanchos. Supoño que é por tradición pero tamén porque cea ben por dez euros».
Álvaro cuenta que, cuando él levantaba pocos palmos del suelo, su familia reconvirtió el garaje en un furancho para darle salida al excedente del vino que cosechaban. Él empezó a ayudar muy joven, pero al principio le daba un poco de vergüenza hacer de camarero y prefería refugiarse en la cocina. Era el encargado de hacer el raxo. Pero desde hace un tiempo, bandeja en mano, ya pulula por entre los clientes sin ningún problema y además le gusta el ambiente. Cree que, en el caso de O Villado, más allá del buen vino, la clave estuvo y está en lo bien que cocina su abuela Carmiña: «Fai unha tortilla moi boa e ese tirón había que aproveitalo», señala este joven.
Como casi todos los propietarios de furanchos, este negocio solo es para la familia de Álvaro una actividad secundaria, ya que al solo abrir tres meses al año necesitan contar con otra profesión. En este caso, los abuelos están jubilados, su padre es fontanero, su madre cuidadora en una guardería y él estudiante. Pero el fin de semana, todos camareros.