Las islas de Ons y Onza concentran las tragedias con mayor número de víctimas
30 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Las localidades de toda la comarca viven mirando al mar, de donde depende en gran medida su sustento y, en igual manera, las olas se han cobrado un alto precio en vidas humanas. El último suceso tuvo lugar hace solo unos días, el pasado miércoles, con el fallecimiento de tres profesionales de la pesca al hundirse el Nuevo Marcos, con base en Portonovo y tripulación de Campelo. Este naufragio se suma a una larga lista, a toda una crónica de sucesos que ha llenado de luto a muchas familias, en bastantes casos durante varias generaciones.
La ría de Pontevedra se ha cobrado una media de un muerto al año durante algo más de un siglo, siendo especialmente trágicas por la cifra de víctimas las décadas de 1940 y 1950 y mucho más tranquilas, en términos numéricos en la actual y las últimas dos. Si nos atenemos a las cifras aportadas por un estudio sobre naufragios en la costa gallega, elaborado por Lino Pazos, y las víctimas que se han sucedido en los últimos tiempos desde la edición de este trabajo, desde 1900 las aguas de la ría se han llevado la vida de 125 personas. No todos eran pescadores, aunque sí es la profesión que seguían la mayoría. Y la dureza de estos golpes en las comunidades pesqueras de la comarca destaca todavía más porque, en muchos casos, la muerte se llevó a más de un integrante de una misma familia.
Es el drama del mar, que reclama sin misericordia a jóvenes y mayores, con una especial concentración de incidentes en el entorno de las islas de Ons y Onza. Y es que este archipiélago buenense, por sí solo, concentra todos los grandes naufragios de la historia reciente de la ría pontevedresa. Desde 1940, 89 personas murieron en sus aguas y casi todos en el peligroso paso entre Ons y Onza. El último episodio de estas características se dio en marzo del 2012, cuando murieron dos marineros de Bueu.
Al sur de Onza naufragó el 9 de enero de 1940 el Bersac, un patrullero galo. La niebla es la causa aparente del siniestro, que remató con diez cadáveres y siete desaparecidos. Lino Pazos indica que en 1959 también se perdió en Ons el submarino General Mola, pero en esa ocasión, por fortuna, solo se perdió la nave. Peor suerte llevó la tripulación del Cíclope, un remolcador de la Armada española, porque tras embarrancar en las rocas de Ons el 23 de octubre de 1952 perdió a siete de sus hombres.
El embiste del Nuevo Camposina al pesquero Campos el 17 de noviembre de 1942 fue la gran tragedia de su momento, con 22 tripulantes muertos o desaparecidos. La Voz de Galicia narró así algunos detalles de la arriesgada operación de rescate. «El patrón del Nuevo Camposina y otros marineros del mismo bracearon profundamente, amarrados con cabos, para poder maniobrar en el momento portuno, logrando así ayudar a salvarse a dos de los pescadores que pugnaban inútilmente por salir a la superficie».
Ocho años después, el 10 de noviembre, un bou pesquero, el María Luisa, dejó 16 muertos al hundirse frente a Ons. No se salvó nadie. La Voz de Galicia lo contó así: «Algunos marineros manifestaron haber visto entre las islas de Ons y Cíes manchas de petróleo e incluso cajas, algunas con pescado dentro, así como tablones». No se sabía que le pasó al María Luisa, pero el resultado quedó claro cuando aparecieron tres cadáveres en O Grove.
El otro gran naufragio pontevedrés, con 12 tripulantes muertos, ocurrió al hundirse el Santiago Cerviño el 16 de noviembre de 1959. La recuperación de los cuerpos, algunos hasta lugares tan alejados como A Pobra, fue un goteo que prolongó la agonía de las familias, casi todas de Marín y Pontevedra, durante semanas. El último en aparecer fue Pascual Fernández, de 22 años, la víspera de la Nochebuena de aquel fatídico año, como recuerda un sobrino suyo residente en Marín, Manuel Mallo, que era un niño cuando ocurrió el desastre.
Los accidentes con víctimas en la ría han marcado a las gentes del mar durante siglos. Su frecuencia ha ido disminuyendo según se han mejorado los medios y los sistemas de seguridad. El mar es a la vez fuente de riqueza y aguas traicioneras. Es una doble faceta que no se puede obviar. La mayoría de los marineros, a lo largo de su vida laboral, se llevarán más de un buen susto. En algunos desgraciados momentos pueden convertirse en una tragedia.