Gonzalo, el hostelero queridísimo de Poio cuya muerte en la plaza de abastos de Sanxenxo hizo a las pescantinas cerrar sus puestos

POIO

Roto de dolor, su hijo mayor, que promete que mantendrá unida a toda la familia del mesón Lameiriña tras la muerte del patriarca, dice: «Meu pai era unha pomba de paz»
05 jul 2023 . Actualizado a las 21:38 h.El lunes 3 de julio tenía que haber sido un día más en la vida de Gonzalo Rodríguez Sanín, fundador, junto a su mujer, Carmen Agís Rosales, del emblemático mesón Lameiriña de Raxó (Poio). Pero, desgraciadamente, no lo fue. Aunque él, de 67 años, hizo su rutina habitual, se marchó temprano al mercado de abastos de Sanxenxo a buscar género del bueno para dar de comer a sus clientes y se despidió como siempre de su familia, de los tres hijos que se sumaron al negocio abierto por los padres, todo cambió poco después, al filo de las diez de la mañana.
Un infarto fulminante, de esos en los que la palabra reanimación no existe, acabó con su vida en pleno mercado de abastos. Muriese quien muriese de esa manera habría supuesto una conmoción. Pero es que encima el fallecido era Gonzalo, hostelero queridísimo, hombre afable y comprador eterno de los mercados de Sanxenxo y Portonovo. Había fallecido, por tanto, alguien tremendamente apreciado. El escalofrío fue tan grande, la sensación de tristeza viajó de forma tan rápida por la plaza, que las pescantinas no lograron seguir vendiendo y el mercado echó la verja temprano. El luto se impuso por Gonzalo.
A Gonzalo Rodríguez le velan en este martes de julio en el tanatorio de Poio (su funeral y posterior entierro será este martes, por la tarde, en Raxó). Con él está su mujer, su eterna compañera Carmen, y sus tres hijos y, a la vez, compañeros de trabajo, de risas y de penas. Porque Gonzalo, Carmen y sus tres descendientes compartían 18 horas al día de faena. Y Gonzalo, como Carmen, funcionaba de pegamento entre los suyos.
Es su hijo mayor, Gonzalo, el que roto de dolor toma la palabra para tratar de contar cómo era su padre. Se le quiebra todo. Pero con un hilo de voz señala: «Era unha pomba da paz. Non lle coñezo inimigos, non era quen de falarlle mal a ninguén. Era bo de verdade. Por iso, aínda que estasmos moi tristes, tamén nos sentimos moi orgullosos por todo o legado que nos deixa, polo seu exemplo», dice. Cuenta que su padre, natural de Samieira (Poio), de joven fue marinero. Luego, cuando él y su mujer lograron construir una casa, abrieron el mesón Lameiriña en Raxó. Y ahí llevaban 33 años dando el callo.
Poco a poco, sus tres hijos, Gonzalo, Cristina y Carmen María, se fueron incorporando al negocio, convirtiéndolo en una empresa totalmente familiar. Gonzalo llegó a jubilarse, pero en la temporada alta suspendía el cobro de la pensión para poder estar al pie del cañón con los suyos: «Iso é algo moi grande que facía por nós», señala su hijo. Reconoce Gonzalo hijo que estaban totalmente acostumbrados a que su padre marcase el guion, que fuese el que tomase la iniciativa. Sonríe al otro lado del teléfono recordando lo mucho que le gustaba a su progenitor llegar del mercado, preparar tostadas y demás viandas y que toda la familia desayunase unida. Hacían todas las comidas del día juntos... «Imos botalo tanto, tanto de menos... non cremos que isto sexa certo», señala su hijo.
El lunes, mientras el padre iba a comprar a la plaza, como siempre, su hijo mayor fue a buscar vino a Ourense. Le llamaron cuando estaba en A Cañiza dándole la peor de las noticias. No sabe cómo logró conducir hasta Poio. Tiene una sensación de dolor enorme. Pero también de gratitud. Y así la expresa: «Quero ir ata a praza de Sanxenxo e agradecer a todos o que fixeron, portáronse moi ben con el, queríano moito e foi tremendo que morrese alí. Mandaron flores, estamos tan, tan agradecidos». No es el único objetivo que se pone. Como hermano mayor, lanza una promesa: «Vou intentar facer o mesmo ca el, manter unida sempre á familia», dice. Sus palabras quedan flotando en el aire porque lo resumen todo y con ellas seguramente estén de acuerdo tanto sus dos hermanas como los tres nietos que tenía el patriarca, llamados Paloma, Matías y Alba. Y seguramente eso que dice será también lo que más le gustará escuchar a su padre si desde algún lado puede oír la voz rota de los suyos.