La segunda vida de una saga de hosteleros que suma más de ochenta años detrás de la barra de La Paloma

PONTEVEDRA CIUDAD

El local del centro de Pontevedra reabre tras cerrar en febrero el primero que tuvieron en Mourente
17 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Son muchos los que en Pontevedra conocen La Paloma. A algunos este nombre los lleva hasta Mourente, pero a otros los acerca hasta el local que sobrevive en Augusto González Besada después de un cuarto de siglo y una pandemia. Es el legado de la familia de Benjamín y Dolores, que ahora dirige su hijo pequeño Santiago Camiña. Son una familia de hosteleros de los de toda la vida y esperan seguir al pie del cañón unas cuantas décadas más, a pesar de los contratiempos que se encuentran en su camino.
Hace apenas un par de meses que cerraron La Paloma en la zona de Santa Margarita. Era el local en el que se criaron y donde los siete hermanos mamaron un negocio que les enseñó la palabra sacrificio con una clase práctica diaria. Había que costear una obra que era prácticamente inasumible y optaron por cerrar y dar un nuevo aire al viejo mesón del centro de la ciudad en el que se servía el menú del día a decenas de obreros cada día.
«Cerramos en la época del covid y abrimos cuando se permitió, pero otra vez volvimos a cerrar para hacer una gran reforma», explica Santiago, que durante unos meses dejó el local en manos de unos empleados. Esa fórmula no funcionó como esperaba ni para unos, ni para otros y La Paloma volvió a cerrar sus puertas hasta que el pasado abril se reinventó con un lavado de cara. «Quiero recuperar lo que hacíamos antes, volver a traer a esos clientes que atendíamos antes de la pandemia y revivir La Paloma de siempre», explica Santi, mientras recibe a clientes de los de toda la vida, que saludan con afecto al benjamín de la familia.
Comida casera y precios económicos distinguieron siempre este local. Los obreros de la zona hacían allí la parada en su jornada laboral, pero los cambios de hábitos que dejó el covid también les afectó y esa clientela que antes hacía jornada partida, ahora la hace continuada y no son el público principal de su servicio.
Así que Camiña optó por un menú más elaborado, que vende a 13,5 euros, para llegar a más gente y recuperar a esos clientes del barrio que confiaban en él para comer al mediodía. «Venía mucha gente mayor de la zona a comer y ahora intentamos que regresen y se vuelvan a juntar aquí. Si el menú es mucho, saben que pueden tomar solo un plato», explica el responsable de La Paloma.
Viejos conocidos
Por la barra de este clásico de Pontevedra pasan muchos clientes de los de toda la vida durante toda la mañana. Uno de esos cafés de media mañana se lo sirve a un hombre que durante años fue músico en los históricos bailes de La Paloma. «Ahora andamos más perdidos por la zona de Santa Margarita, sin saber dónde podemos tomar un café. Era un punto de reunión para charlar. Además, allí conocí a mi mujer», comenta este vecino de Mourente. Santiago lo escucha con atención y pronto reconoce que «fue muy duro tener que cerrarlo». Era más que un restaurante. En el piso de arriba estaba la casa familiar en la que nacieron cinco de los siete hijos de Benjamín y Dolores. Solo su hermana, de 60 años, y Santi, de 48 años, no llegaron al mundo en el primer piso de un bar que su padre, ya fallecido, adquirió hace ocho décadas. Convirtió sus bailes en el punto de encuentro de muchas generaciones y ese éxito dio paso después al bar y hotel que en este 2023 acabó cerrando.
El que hasta ahora había sido La Paloma 2, en Augusto González Besada, es el único que la familia Camiña mantiene abierto con el mismo espíritu del primer día. Y con prácticamente la misma receta de tortilla que hizo famosa su madre Dolores en el local de Santa Margarita. Santi corta porciones para poner de pincho a su clientes. Da igual si piden un refresco o un café. «Siempre hubo tortilla», apunta el hermano más pequeño de la saga, que aunque lleva él solo el negocio familiar, su hermana está en la puerta de al lado con la herboristería. «Somos los únicos que seguimos en activo, el resto ya están jubilados», reconoce con una sonrisa. A sus 48 años, todavía le quedan muchos años detrás de la barra con la idea de convertir La Paloma en un negocio centenario de Pontevedra. El requisito es ser capaz de adaptarse, como están haciendo, a los cambios de hábitos.