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El «Slack»

David Bonilla LA BONILISTA

OCIO@

Ilustración original de Hugo Tobio, tarugo y dibujolari profesional de Bilbao
Ilustración original de Hugo Tobio, tarugo y dibujolari profesional de Bilbao Hugo Tobio

O porqué debemos ser efectivos antes que eficientes

08 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En una vida anterior, viví en Suiza hasta integrarme por completo en la cultura local sin apenas tener contacto con otros españoles. Eso me permitió derrumbar un montón de mitos y estereotipos sobre cómo se suponía que vivían y trabajaban en la Europa germánica.

El primero, que vivieran para trabajar, cuando la inmensa mayoría de mis amigos cumplían escrupulosamente su horario de trabajo y no hacían ni un solo minuto extra. El segundo, que durante ese horario se centraran por completo en las tareas que les eran encomendadas y no se dispersaran jamás en actividades sociales, como tomar un café con sus compañeros. De hecho, la inmensa mayoría de la gente que conocí disfrutaba de una jornada «relajada» comparada con el ritmo laboral que yo había experimentado en España.

Pero si trabajar más duro que nosotros no era lo que les había permitido crear una industria de altísimo valor añadido —desde la metalurgia más avanzada a la relojería de precisión o los laboratorios farmacéuticos— ¿qué carallo hacían diferente?

Sin duda, tener energía y financiación baratas —gracias a las centrales hidroeléctricas y su sistema bancario— ayudaba, pero después de hablar con unos y con otros, llegué a la conclusión de que uno de los múltiples factores que contribuían al éxito de su economía era la adopción generalizada del Slack.

El concepto de Slack se forjó hace más de 20 años. Más o menos, el mismo tiempo que llevamos ignorándolo.

El concepto de Slack —que podría traducirse del inglés como «holgura» o «laxitud»— no es especialmente novedoso. Lo forjó, hace más de 20 años, Tom DeMarco. Más o menos, el mismo tiempo que llevamos ignorándolo.

Básicamente, supone planificar nuestra carga de trabajo sin alcanzar su capacidad máxima teórica. Dejar sin asignar de forma deliberada un remanente de tiempo para ganar flexibilidad y rapidez de respuesta ante las oportunidades que se nos presenten.

Y, por contra intuitivo que parezca, aplicarlo en nuestra empresa puede llevarnos a conseguir mejor resultados, gracias a hacernos más efectivos en vez de más eficientes.

Porque muchas empresas se obsesionan en ser más eficientes, en asegurarse de que cada recurso se emplea al 100% y cada empleado produce durante cada minuto de su jornada laboral.

Pero ser eficiente no implica ser efectivo. Eres eficiente cuando produces un bien o servicio con el mínimo desperdicio, pero solo eres efectivo si produces el bien o servicio adecuado, el que genera más valor a tus clientes y te devuelve mayor beneficio.

De nada sirve producir de forma muy eficiente algo que no quiere nadie.

La obsesión por la eficiencia es una herencia del taylorismo, un sistema de gestión concebido para tareas mecánicas que percibe al trabajador como un recurso fungible, pero cuando lo que se realiza es un trabajo intelectual, es obvio que cada empleado es único y el objetivo principal de una empresa no debe ser buscar su máxima eficiencia sino la máxima eficacia.

Contar con Slack no solo te da la capacidad de absorber los imprevistos y aprovechar las oportunidades, sino que también permite que tu equipo tenga tiempo para centrarse en lo importante no solo en lo urgente. En la configuración de tu entorno de trabajo, para automatizar parte del mismo; o en generar documentación, para no tener que explicar una y otra vez cómo hacer una tarea cada vez que llega alguien nuevo. Iniciativas que no tengan un retorno inmediato, pero que pueden generar un inmenso impacto a largo plazo.

Y experimentar. Sobre cómo mejorar ese mecanismo relojero para que mida el tiempo con un 1% más de precisión, no solo un 1% más barato. O, si no eres suizo, simplemente sobre cómo hacer que tu día a día sea un poco más efectivo.

Porque contar con tiempo no planificado no significa que dispongamos libremente del mismo. La clave es que, debemos emplear nuestro Slack en iniciativas relacionadas con nuestro trabajo.

Eres eficiente cuando produces un bien o servicio con el mínimo desperdicio, pero solo eres efectivo si produces el bien o servicio adecuado.

Evidentemente, el Slack no es para todos los sectores ni para todos los equipos, pero tampoco para todos los responsables.

Más de un jefesaurio pensará que todo esto no es más que pensamiento mágico. Que, si dejan tiempo sin asignar en la planificación de su plantilla, esta lo malgastará. Antes de despreciar el Slack, deberían recordar que lo que realmente les hará cobrar sus bonus y escalar en la jerarquía corporativa no es el número de horas que trabajen las personas a su cargo sino los resultados que alcancen. Eficacia, no eficiencia.

Eso y que un buen líder debería saber motivar a su equipo para que aproveche el Slack. Y guiarlo, para que lo haga de la forma más alineada con los objetivos e intereses de su organización.

El Slack introduce el interesante concepto de «capital humano» o la inversión que se realiza en personal redundante, necesario para disfrutar de esa capacidad de respuesta y de potencial mejora. Otra cosa es que sepamos rentabilizar esa inversión o la despilfarremos. De la misma manera que podemos rentabilizar o no la inversión en equipamiento, publicidad o beneficios corporativos.

Evidentemente, el Slack no es para todos los sectores ni para todos los equipos, pero si tu empresa puede permitirse invertir en capital humano, al menos deberías plantearte si las alternativas pueden devolverte más valor con menor riesgo.

No sé si me gustaría que mi país se pareciera un poco más a Suiza, pero sí que nuestras empresas se obsesionaran más con la eficacia que con la eficiencia.

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