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Todo el tiempo del mundo

David Bonilla LA BONILISTA

OCIO@

17 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Imagina que tuvieras todo un año para hacer lo que quisieras: viajar, hacer ejercicio y ponerte como Conan, aprender un nuevo idioma, redecorar tu casa o trabajar en ese proyecto personal que siempre te hizo ilusión, pero para el que nunca encuentras tiempo. Desde programar un videojuego a fabricar una tabla de surf con tus propias manos. ¿Qué harías?

Cuando te tomas un año sabático —como es mi caso— te encuentras en esa disyuntiva. Con un ligero matiz, eso sí, que ese tiempo no llega caído del cielo, sino que te lo pagas tú. Y cuando tus ahorros se convierten en tu única vía de financiación, es normal que te plantees si esa «inversión» merece la pena y cómo exprimirla al máximo.

El tiempo perdido nunca se vuelve a encontrar.
— Benjamin Franklin

Así que, decidieras lo que decidieras hacer ¿cómo lo harías? ¿cómo planificar una agenda en la que solo mandas tú? ¿cómo mantener la disciplina necesaria para alcanzar tus objetivos cuando eres la única persona a la que tienes que rendir cuentas? Es más ¿deberíamos imponernos siquiera ciertos objetivos en un sabático?

Las dudas empiezan por algo tan básico como definir qué es un sabático más allá de «una pausa temporal en tu carrera que dura lo suficiente como para que, de verdad, puedas tomar distancia de tu habitual vida profesional».

Porque dejar tu empleo para ponerte a trabajar en una idea de negocio no parece un sabático sino emprender. Porque presentar tu baja voluntaria para ponerte a aprender algo que puede impulsar tu carrera no parece un sabático sino estudiar.

No tengo muy claro si deberíamos definir objetivos para un sabático, pero de lo que sí estoy seguro es de que, quien se lo toma, siempre tiene motivos. Motivos tan importantes como para dejar un puesto de trabajo sin la seguridad de volver a encontrar uno similar al reincorporarse a la vida laboral.

Quizás, el único objetivo que deberíamos plantearnos en un periodo sabático es zanjar los motivos que nos han llevado a tomárnoslo. En mi caso, algo tan nebuloso como diseñar un día a día que sea compatible con la vida que quiero vivir y con algún medio de financiarla.

Creo que el resto de «objetivos» que me he puesto —desde programar un videojuego a cocinar los mejores tacos mexicanos de Galicia— son cosas que debería poder hacer, esté o no de sabático, si soluciono primero los motivos que me llevaron a tomármelo.

No he encontrado mucha literatura al respecto más allá del habitual kumbayá de «encuéntrate a ti mismo» o «persigue tus pasiones». Lo más práctico que he hallado es la mítica charla del diseñador Stefan Sagmeister.

Stefan se toma un año sabático de cada siete, pero —como buen alemán— con sentidiño y planificación. Sobre una vida laboral que calcula que durara unos 40 años y una jubilación de 15, apuesta por usar cinco de esos años de retiro para disfrutar de cinco sabáticos a cambio de retirarse 5 años más tarde, a los 70.

Esos cinco años apenas suponen un 12’5 % de esa carrera de 45 años. Mucho menos que el famoso 20 % que Google daba a sus desarrolladores para explorar nuevas iniciativas o el 15 % que 3M da sus empleados.

Y, por supuesto, más que un objetivo Stefan tiene un motivo para hacerlo: después de muchos años trabajando, su creatividad empezaba a resentirse. Algo nefasto para su profesión.

Su primer sabático empezó de forma desastrosa porque no tenía ningún plan más allá de esperar que el puro tiempo libre espoleara su imaginación, algo que no sucedió. Así que, hizo una lista de las cosas que le interesaban, las priorizó y asigno tiempo en su agenda para cada una de ellas.

Funcionó. A largo plazo, Sagmeister considera que sus sabáticos son muy rentables —económicamente hablando— porque al recuperar su originalidad y frescura, incrementa la calidad de su trabajo y, en consecuencia, sus tarifas.

A pesar de su éxito, la lógica de Stefan no tiene porqué ser aplicable a contextos completamente diferentes, así que, seguí buscando buenas prácticas que pudiera aplicar en el mío. Hablé con gente muy diferente que también ha disfrutado de periodos sabáticos y, la mayoría, llegaron a las mismas conclusiones. Había encontrado unos cimientos sobre los que construir mi año:

  • No te agobies porque todo empiece lento. Tu vida «normal» tiene cierta inercia y frenarla lleva algo de tiempo.
  • No tener un plan definido —qué vas a hacer exactamente— está bien. Al fin y al cabo, si lo tuvieras, no te haría falta un sabático sino simplemente ejecutarlo. Otra cosa es que no tengas una mínima planificación sobre a qué vas a dedicar tu tiempo.
  • Aunque te dotes de esa planificación, intenta evitar los deadlines o fechas de entrega, si quieres quitarte cualquier tipo de ansiedad o presión.
  • Esa ausencia de compromisos te permitirá tener flexibilidad para adaptar esa planificación según lo que vayas descubriendo, aprendiendo y sintiendo.
  • Y calcula de forma realista el dinero que vas a necesitar, no solo teniendo en cuenta lo que gastas cada mes sino esos gastos extraordinarios que no lo son tanto a lo largo de un año. Desde los regalos de Navidad al dentista.

Porque —evidentemente— tomarse un sabático es un lujo que la inmensa mayoría no puede disfrutar, pero ¿convierte eso en una perdida de tiempo considerar siquiera qué haríamos si dispusiéramos de un año para nosotros? ¿Cómo impactaría a nuestras vidas y nuestro entorno?

Pensar es gratis y las conclusiones a las que lleguemos pueden ayudarnos a descubrir a dónde nos gustaría llegar, en vez de limitarnos a andar por el camino que se supone que debemos recorrer.

Al fin y al cabo, da igual que nos tomemos un año sabático o no, ninguno tenemos todo el tiempo del mundo. Dedicar al menos un minuto a averiguar cómo queremos emplear el nuestro, sin ninguna limitación mental autoimpuesta, puede ser tan incomodo como valioso.

Este texto se publicó originalmente en la Bonilista, la lista de correo de noticias tecnológicas relevantes para personas importantes. Si desea suscribirse y leerlo antes que nadie, puede hacerlo aquí ¡es bastante gratis!