El Principito gobernó el fútbol francés en campo contrario con su «savoir faire» y su peso a balón parado
15 jul 2018 . Actualizado a las 21:46 h.Llegó al Mundial de Rusia envuelto en la disyuntiva de su futuro, en la duda entre el Atlético de Madrid o el Barcelona. Despejó la incógnita antes de que se pusiese el balón en juego, se centró en lo que estaba por venir y se va con galones de emperador, los de un futbolista que ha sido clave de bóveda en el entramado de ataque diseñado por Didier Deschamps. No tiene el empuje de los tres centrocampistas (Pogba, Kanté y Matuidi), ni la velocidad endiablada de Mbappé, ni la fortaleza del estajanovista Giraud. Pero dispone de algo que de lo que carecen sus compañeros: interpreta los espacios y piensa rápido. Hace mejores a quienes lo rodean y, además, tiene gol. Le da sentido a cada balón que pasa por sus pies.
A todas sus cualidades le ha sumado otra nada desdeñable: la regularidad. No ha sido un jugador intermitente, de los que se dejan llevar por el viento que sopla en cada partido. Se ha movido en todo momento por delante de los centrocampistas, ha ayudado en la contención (esa es una condición sine qua non en el ideario de Deschamps, también en el del Cholo Simeone, y la ha interiorizado), y ha tenido una participación decisiva en las acciones que acabaron en gol. Se mostró infalible desde el punto de penalti. Fue un delineante muy preciso en el balón parado.
Griezmann fue elegido el mejor jugador de la final, un galardón que también conquistó en los partidos ante Australia, en la primera fase, y Uruguay, en los cuartos de final. Frente a Croacia, nunca le pesó la trascendencia de la cita y todo lo que hizo lo hizo bien.
De los futbolistas que dominan todas las asignaturas suele decirse que no son un diez en nada pero dan un siete en todo. Griezmann, en la final y en el Mundial, fue un nueve en cada materia. Ya venía avisando de que era uno de los aspirantes a romper el duopolio de Messi y Ronaldo en la conquista del Balón de Oro. Su candidatura se ve reforzada tras su paso por Rusia.
Tiempo tendrá para asimilar todo lo que ha conquistado. En Moscú, nada más acabar la final, se veía en lo que popularmente se dice una nube: «¡No sé donde estoy! Estoy realmente muy contento. Fue un partido muy difícil, Croacia hizo un gran juego. Nosotros entramos con timidez, nos soltamos poco a poco y pudimos hacer la diferencia. Francamente, es algo muy grande». Tan sencillo como su fútbol.