del humor a la amargura, de la compleja adolescencia a la huida surrealista, tres nuevos talentos exprimen las posibilidades narrativas de tebeo
21 ene 2012 . Actualizado a las 06:00 h.Comparten un escenario creativo (Galicia), un tiempo de publicación (finales del 2011), una generación (han nacido a inicios de los ochenta) y un gusto por la narración menos convencional. Tienen talento y desparpajo. Martín Romero, Lola Lorente y José Domingo curtieron su estilo en publicaciones independientes (Retranca, Barsowia, Fanzine Enfermo, Trauma, Nosotros Somos los Muertos...) y ahora dan el salto, en solitario, a la narración larga. Hay en los tres un gusto por agitar al lector con relatos extravagantes, muy alejados del cómic social o autobiográfico. Las suyas son historias adictivas, aunque cuesta engancharse a ellas. Por méritos propios se colocan entre lo mejor de la producción española de los últimos años.
José Domingo -nacido en Zaragoza, lleva años asentado en A Coruña- es el único con una obra anterior en el mercado, Cuimhne, con guion de Kike Benlloch. Sin embargo, la distancia es sideral en la esperpéntica Aventuras de un oficinista japonés, una obra muda con mucha acción.
El dibujante no se complica. Opta por una sucesión de páginas formalmente idénticas -cuatro dibujos por plancha-, en favor de la historia principal, aunque se advierten pequeñas anécdotas secundarias, al estilo de algunos creadores clásicos de Bruguera. Se pueden ver otras referencias, como Lapinot, de Lewis Trondheim, un trabajo que rompió moldes creativos. José Domingo construye su propio lenguaje a partir de un hecho cotidiano, repetido, aburrido: la salida de un tipo del Japón de camino a su casa. Lo que sucede a continuación es un estupendo disparate. Con su lógica, claro. Recuerda en algún pasaje a los Monty Python, con persecuciones que cambian cada cuatro o cinco viñetas, siempre con ese, en principio aburrido, oficinista como protagonista, que se muta, desaparece, se convierte y vuelve a escena. Hay una grata paleta de colores y, como no podía ser menos, un final inesperado. Se devora en 30 minutos, pero si se tiene un poco de paciencia, da para tres, cuatro o cinco lecturas con interpretaciones diversas.
En blanco y negro, en cambio, debutan Lola Lorente y Martín Romero. Ambos cerraron sus trabajos en los talleres para nuevos autores de Angulema (Francia), probablemente la ciudad europea más volcada en el cómic. La primera, alicantina residente en A Coruña desde hace más de seis años, presenta en Sangre de mi sangre un relato emocional en el que todo sucede en apenas 24 horas en una misma urbanización. Son varias historias paralelas que tienen mucho en común, sobre la complejidad de la adolescencia, sobre la ausencia (una madre en un caso, un padre en otro), sobre la vacía sociedad contemporánea. Es un cómic denso en el que puede ser fácil caer en el agotamiento. Para evitarlo se recurre a una atrevida puesta en página y, ante todo, a unos muy marcados personajes, ambiguos, sobre los que siempre pesan interrogantes. A todo ello contribuye su apuesta estética, con tintes oscuros.
Martín Romero, boirense, indaga en algo parecido en Las fabulosas crónicas del ratón taciturno. Hay desapego en sus protagonistas, y un escenario que recuerda mucho a la costa gallega; es el único en el que se advierten esas referencias espaciales. El relato de un chico que ve cómo se separan sus padres, y se va con el progenitor a un pueblo, es conmovedor, y fresco. No le faltan elementos de ensoñación, y una destacada expresividad en sus personajes, sobre todo en ese chaval perdido al que le van sucediendo desafortunadas anécdotas que le van permitiendo crecer como adolescente. Y su presentación, impecable.