icky Martin repasa los éxitos de los últimos 23 años en el Monte do Gozo. A la vez que entona cada una de las canciones, repite una serie de poses ensayadas hasta el aburrimiento para las cámaras. La del torso y cabeza hacia un lado y el brazo opuesto inclinando el pie de micro. La de los brazos extendidos. La del dedo apuntando al cielo... Es fundamental quedar bien en las pantallas gigantes y en la foto del periódico del día siguiente. Para evitar renuncios y planos incómodos, no hay foso a pie de escenario para los fotoperiodistas, que cargan con sus objetivos hasta el fondo del auditorio. El del cantante puertorriqueño es solo un ejemplo, el último, de la dictadura de la imagen, que afecta a grandes estrellas y gente de a pie.
A ellos los juzgarán (y contribuirán a que lo hagan) al momento en Instagram, donde todo tiene que parecer perfecto y divertido. Ejemplo práctico: media docena de personas, entre ellos chicos y chicas, jóvenes y adultos. Llevan cerca de una hora esperando por Ricky Martin en primera fila y acumula ya 10 minutos de retraso. Sus caras largas son un poema. Pero uno propone hacerse un Boomerang y, cuando la cámara se enciende: saltos, risas y bailes. Hasta cinco intentos repitiendo en bucle el mismo gesto para que todos estuvieran contentos con el resultado. Una vez compartido, vuelven las caras largas. Sus amigos pensarán que estaban eufóricos, disfrutando a lo grande del momento, cuando en realidad todo eran quejas.
Pocos se resistieron a compartir una imagen, en esa u otra red social. Porque, si no hay foto, es a ojos del mundo como si no hubieran estado, aunque sea una farsa.
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