Santiago no tiene suerte con sus infraestructuras. Las obras modélicas de las que todavía hoy puede presumir la ciudad, más allá lógicamente de las que hacen del casco histórico un entorno de excepcional singularidad, se gestaron hace ya algunas décadas. Ahí están el CGAC -que cumple por cierto un cuarto de siglo-, el Auditorio, el periférico o el multiusos. Pero los calendarios han ido amarilleando sin que Compostela haya sumado nuevas actuaciones relevantes, a la altura de las citadas. Ha crecido en equipamientos, claro. Incluso en conjuntos arquitectónicos diseñados con pompa y a los que hubo que buscar utilidad una vez construidos. Pero lo que se ha hecho no da la talla de lo que es y representa esta ciudad.
El mayor borrón está en el paso inferior de Conxo, cuyos muros siguen luciendo con hormigón visto más de dos años después de su apertura. El oprobio está en el vial, pero también en la superficie, porque los vecinos siguen esperando a que Fomento complete la urbanización. Un desastre. Aunque casi peor es lo del enlace orbital, un proyecto ninguneado en los Presupuestos que lleva camino de emular en su hibernación en los despachos al de la autovía de Lugo, ese trazado que, con suerte, quedará completado 22 años después de la inauguración del tramo que lleva a Lavacolla. Bueno es tener estos despropósitos en cuenta para valorar lo que está por llegar: la apertura de la variante de Aradas y la estación intermodal. El vial resolverá un importante problema de tráfico en el norte de la ciudad. Y la estación traerá una intermodalidad poco ambiciosa que seguirá sin permitir viajar en tren al aeropuerto.