«Lléveselo usted mismo»: el clavo ardiente al que se aferra la hostelería
SANTIAGO
Los que se resisten al cierre fían su supervivencia a la clientela de siempre
08 nov 2020 . Actualizado a las 21:49 h.La jornada no invitaba al optimismo ayer en Compostela, como si la lluvia se empeñase en ponerle luto al cierre de la hostelería. Las históricas rúas vacías y los escaparates borrosos por la humedad confirmaban el fracaso de la desescalada y otra vez los bares, esos lugares, se llevaron la peor parte de esta pandemia que nos amarga el año a todos. Y aún así, como en la aldea de Astérix, los hay que se resisten. Y no son dos ni tres, son unos cuantos los hosteleros que decidieron ponerle al mal tiempo buena cara y mantener sus negocios abiertos, aunque sea a medio gas, con el take away, la app picheleira Obvious eat, el servicio a domicilio de toda la vida o el «¡Lléveselo usted mismo!».
«Es que si me quedo en casa me deprimo», confesaba María García, del Charra, en A Raíña, que al menos había despachado los cafés a sus clientes habituales, los obreros que trabajan en la restauración de la Catedral. Como ella, La Tita, donde Pili y Diego, habituados a la algarabía de los estudiantes, se reciclan con la comida para llevar y que ayer capearon el temporal con doce pedidos en los que, cómo no, no faltaba la tortilla. Y para endulzar un día difícil, de la crepería St. Jacques emanaba un olor que alimentaba y que salía de los fogones listos para servir a cualquier cliente que hiciese sonar el teléfono. En la puerta, una pizarra informaba de la nueva realidad con el menú para llevar: café, tarta de la abuela, tarta tres quesos, crepes saladas, crepes dulces, raxo, zorza y tortilla.
José Manuel, de Newroz Döner Kebap, no las tenía todas consigo. La mañana no fue mal, «pero entre empleados y alquiler, son 16.000 euros al mes. No cerramos porque a nosotros los 7.000 euros de la Xunta no nos llegan, pero a ver cómo va la cosa», decía el hostelero de Porta Faxeira.
Contra viento y marea seguirá luchando Pedro Roca, el chef del restaurante Caney, en los bajos del hotel Araguaney. Para seguir dando un buen servicio a sus clientes, refinó la carta con asados, platos de brasa, de cuchara, guarniciones, arroces y exquisitos postres para degustar al calor del hogar. Calidad y producto son la marca de la casa de una cocina que Roca califica como «jovial y dinámica» y que se resiste a apagar las brasas.
La mayoría confían en sus clientes de toda la vida. Esa esperanza mantenía abiertos en Os Concheiros a bares tan típicos como el 1.000 metros o el Tabacos. Les faltaba el ruido del fútbol en la tele, pero los cafés y los bocadillos reconfortaban igualmente a quienes, al otro lado del improvisado mostrador de la entrada, los saboreaban protegidos bajo el paraguas. Nunca llovió que no escampara.