Carmen Muñiz: «Me dicen: '¿Por qué se llama bar Puñal si tu comida revive a cualquiera?'»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO

Paco Rodríguez

La comida casera que prepara en su restaurante familiar de Galeras, en Santiago, suma seguidores y halagos desde hace casi 40 años: «No esperaba el Solete de la Guía Repsol, aunque aquí hay cercanía, gran ambiente»

05 feb 2023 . Actualizado a las 10:10 h.

La comida tradicional y casera tiene en la rúa de Galeras, en Santiago, un local que muchos identifican con su cocinera. «Me dicen: "¿Por qué se llama bar Puñal si tu comida revive a cualquiera?". Algunos me animan a que lo rebautice como Carmiña. La mayoría, aún así, ya sabe que el nombre viene de un apellido familiar. No me gustaría quitarle esa solera, aunque el letrero asuste», afirma riendo Carmen Muñiz, la boirense de 65 años que desde que entró a trabajar en 1985 en el restaurante de sus suegros, Antonio Puñal y María Romarís, no dejó de perfeccionar su arte con los fogones ni de ganarse el afecto de la clientela.

«De joven trabajaba como modista haciendo chaquetas, pero lo dejé al casarme y venir a Santiago. Cuando mis dos hijos tenían edad escolar, me puse con mis suegros. Ellos habían cogido en 1962 el traspaso de un bar anterior. El Puñal inicial estaba a unos metros del actual, en una zona donde luego se quiso montar una pista de patinaje. Nos cambiamos, aunque ese plan no fue adelante», explica con calma, sin dejar de atender el local. «Soy tranquila. Mi suegra decía que demasiado», desliza risueña. «Ella me enseñó todo. Su carne y sus callos eran espectaculares. Gente de las Rías Baixas que vendía pescado en la plaza llamaba a las 08.00 horas para encargarle comida», rememora con cariño. «En 1992, al jubilarse, me quedé yo», añade, recordando una etapa de gran trabajo, ligada al impulso que suponía compartir calle con el antiguo Hospital Xeral.

PACO RODRÍGUEZ

«Cuando aún estaba en servicio, no apagábamos nunca la cocina. Era un no parar. En el bar trabajábamos cinco personas; ahora estamos tres», indica, enumerando platos que eran demandados y que retienen el calor popular, como jarrete estofado, carne asada, entrecot, lubina o paella. Entre los postres, suman elogios sus flanes caseros. «Como es tradición en Santiago, los jueves servimos callos y salen hasta 40 raciones, muchas para llevar», enfatiza. «En los años del hospital, médicos y enfermeros venían a propósito a por el cocido. En Carnaval quedaban para comerlo. Ahora se hace por encarga», encadena. «En 1999, cuando los reubicaron en el Clínico, celebraron aquí su despedida. Dentro no cogían y comieron fuera. Para los de quirófanos asé dos jamones y se los llevé», evoca. «Tras el traslado, notamos un bajón, pero luego muchos volvieron», admite agradecida.

«Me emociona que gente que estudió aquí la carrera regrese también años después a saludar», subraya, rescatando vivencias con su clientela, en su mayoría, habitual. «Aquí comió mucho el chef Marcelo Tejedor. Un día me preguntó cómo hacía las patatas asadas y salieron en la tele», resalta. «Una vecina me dio una receta de una tarta de manzana. Yo le di la vuelta y la probó. Le encantó», defiende, razonando su maestría entre cazuelas. «Iso venche de dentro, non? Para mí la cocina es felicidad. También, servir en las mesas. Mi hijo dice que no puedo hablar tanto, pero me gusta. É trabaja aquí conmigo», aclara siempre familiar.

«La gente es muy buena, me quieren todos. Médicos que venían cuando funcionaba el Hospital Xeral nos siguen recomendando», explica Carmen Muñiz desde el bar Puñal, centrado en comida casera. «Clientes me dicen que nadie fríe los xureliños o prepara el jarrete estofado como yo», apunta agradecida
«La gente es muy buena, me quieren todos. Médicos que venían cuando funcionaba el Hospital Xeral nos siguen recomendando», explica Carmen Muñiz desde el bar Puñal, centrado en comida casera. «Clientes me dicen que nadie fríe los xureliños o prepara el jarrete estofado como yo», apunta agradecida PACO RODRÍGUEZ

«Cerramos los sábados porque mi marido, que tenía una empresa, era cuando libraba. Ese día comemos todos juntos. Ahora tengo una nieta», remarca con orgullo, señalando al parque hacia el que mira el bar. «Este barrio es mi vida. Aquí residen, además, jóvenes que valoran la comida casera. A los menús del día les subimos este año 50 céntimos, hasta los 11,50 y 15 euros, y nadie protestó, al contrario», sostiene, compartiendo más datos que prueban su gran acogida. «Hay domingos que comen en este local 70 personas. La víspera del último Apóstol ni me fui a dormir. Hasta aquí viene también mucha gente de fuera, recomendada o que se aloja en albergues y pisos turísticos de la zona. Yo vivo arriba», apunta. «La terraza trabaja muy bien. Un día en verano ni podíamos parar nosotros a comer. Bajamos la reja y la gente nos esperó fuera», destaca.

«A veces como de pie. Trabajo más de once horas al día. Esto tiene que gustarte... De momento, no pensé en jubilarme», avanza. «No esperaba en el 2021 recibir un Solete de la Guía Repsol, pero me encantó que se valorase la cercanía, el gran ambiente. Pensé: "puedo merecerlo". Llevo casi 40 años luchando y la gente me dice que la comida está muy rica», acentúa sonriendo. «Tengo buen carácter, aquí disfruto», concluye.