Alos dirigentes y directivos de entidades deportivas les toca lidiar con la parte más ingrata y menos reconocida, sea en el ámbito aficionado sea en el profesional. A todos les cuesta tiempo, y a muchos también dinero. En los éxitos pasan inadvertidos y cuando vienen mal dadas se ven en la diana.
En más de treinta años de ejercicio, este periodista ha tenido la oportunidad de conocer una tipología muy variada. Por citar dos nombres propios sobradamente conocidos, sin José María Caneda y sin José Antonio Lobelle difícilmente hubiese habido fútbol y fútbol sala del más alto nivel en la ciudad. Les faltó saber frenar cuando empezaron los números rojos.
El actual consejo de administración del Obradoiro, encabezado por Raúl López, lleva doce temporadas seguidas en la ACB sin noticia alguna sobre impagos. El día que cedan el testigo, si dejan una economía saneada, la nota para esa etapa tiene que ser muy alta.
Pero no todo se circunscribe a los tres clubes que han llegado a lo más alto. También hay directivos que nunca salieron en la prensa, que se prestaron a avalar, y que tuvieron que pagar el exceso de confianza cuando ni siquiera estaban ya en el cargo. Los hay que, viviendo de una nómina, aceptaron pedir una póliza de crédito para poder tener liquidez, y más de uno y de dos se dejaron algún jirón de su peculio. Los hay que más de una vez oficiaron como taxistas para que niños o niñas pudiesen ir a entrenar o a jugar.
Hay una especie que es la más peligrosa, la de los satélites, la de los que orbitan pero no se implican porque tienen una habilidad innata para esquivar los charcos y las responsabilidades.
Por cierto, el proyecto más estable en estas últimas décadas en Compostela es el del Arteal de tenis de mesa. Se maneja en unas cifras menores en comparación con el fútbol, el fútbol sala o el baloncesto. Y la clave de bóveda para sostenerse en el tiempo va unida a la capacidad para cuadrar un presupuesto tras otro.