La ruta incluye una visita a destacados elementos del patrimonio, además de unas espectacular vista sobre el río
18 nov 2023 . Actualizado a las 05:05 h.Otoño. Los muy acostumbrados hacen rutas. La mayoría busca sitios que algún interés para salir y tomar el aire, y, si hay suerte y no llueve, dar un paseo corto. Quienes formen parte de este segundo grupo tienen en Ponte Ulla un destino cercano y con elementos para ver y fotografiar.
Ponte Ulla ha caído en el olvido. La construcción de un puente que desvió la nacional primero, y la autovía a Ourense después, lo han convertido en un lugar plácido y sin tráfico. Tiene algunos edificios tradicionales de sobresaliente o casi, y lástima que no haya un cuidado mayor por parte del Ayuntamiento y particulares para convertirlo en un enclave con mucho encanto. Porque con unos pocos mimos ya lo consigue, algo que incluye ocultar los contenedores de basura y reciclaje que están ¡en el mismo puente! Así que bien se vaya por la nacional, bien por la autovía (con salida indicada pero a un par de kilómetros largos), en Ponte Ulla hay que aparcar en el inicio.
Porque ahí mismo, a la izquierda, hay una señal que indica el paso de la mal llamada Vía de la Plata, y ahora Camino Mozárabe o Camino Sanabrés, el detrimento de otros nombres casi desaparecidos como Camino del Sueste o Camino Oriental. Ese tramo ascendente y precioso invita a recorrerlo, al menos hasta llegar al asfalto, quince minutos relajantes para entrar en calor.
Pero si no hay ganas de andar en ese momento, ahí mismo aparecen ante los ojos cuatro elementos dignos de un vistazo. El primero es el cruceiro, en una explanada pequeña y bonita. El segundo es el llamado, no sin cierta pomposidad, balneario, poco más que una mera fuente con bancos a los lados. El tercero es un magnífico lavadero pétreo, recuperado. Y el cuarto se encuentra al otro lado de la estrecha carretera, y se trata del edificio que acogía la antigua escuela.
Si no había ganas de parar el coche y se siguió todo de frente sin cruzar el Ulla, a poco más de un kilómetro ascendente se habrá encontrado, justo antes de pasar bajo la vía del tren, un mirador.
Cierto: una vistosa señal o un cartel allí no sobraba, pero, a pesar de que no caben más que dos coches o tres muy apretados, el arranque del mirador queda a la vista. No merece la pena subir, sino bajar hasta las defensas de madera tras haber dejado atrás una mesa y su correspondiente banco. El mirador es pequeño, muy pequeño, y tiene una torreta de electricidad que debe ser difícil de sacar, porque, si no, resulta difícil de entender qué hace ahí. Eso sí: a pesar de que el viaducto del AVE ha modificado por completo el paisaje, la panorámica sobre el Ulla es simplemente impresionante.
Pero, en fin, hay que explorar Ponte Ulla. En la antigua carretera, rumbo al río, lo primero que se deja a la izquierda es una muy curiosa panadería con gente muy amable al frente. Al otro lado de la calle, una vivienda con el número 1 que, además de argolla para atar la yegua, muestra una elegancia envidiable. No es la única, porque la rectoral —hoy oficina de turismo— tampoco se merece una calificación baja en absoluto.
Pero sin duda lo que más va a llamar la atención es la iglesia de Santa María Magdalena. A medida que se acerca, el excursionista va a pensar que no es para echar cohetes: sólida, granítica, pero con una fachada tan austera que nadie diría que es bella. Pero hay que ir dándole la vuelta, y atrás la boca se va a abrir de asombro, porque se encontrará un más que notable ábside románico con contrafuertes y dos interesantes capiteles. Y es que, aunque datarán del siglo XII o XIII, no son más que sucesores de un templo que se levantó ahí mismo nada menos que en el siglo VIII.
LA FOTO MÁS PERSONAL
Ante el ábside románico.
PERSONAS CON VÉRTIGO
No deben ir al mirador de Gundián.
MENORES
Toda la preocupación del mundo en el mirador de Gundián.
MAPA RECOMENDADO
Instituto Geográfico Nacional. 121-I.