Julio Abalo: «Mi mujer no daba crédito a los kilos de bacalao que se comen en Santiago en Navidad»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO

Sandra Alonso

Los dueños de Conxelados & Bacallau Salamanca, uno de los negocios de la Praza de Abastos donde estos días hay colas, confirman el auge de cenar en Nochebuena bacalao con coliflor, «también entre los jóvenes»

26 dic 2023 . Actualizado a las 14:44 h.

Es hoy, en una Nochebuena que coincide en domingo y con una Praza de Abastos de Santiago cerrada, cuando Rosi Dacosta y su marido, Julio Abalo, descansarán algo más. «Desde inicios de noviembre la venta del bacalao es una locura. Hace dos miércoles me entraron 100 kilos de solomillo y no llegaron ni al sábado», apunta Rosi asombrada. Ella, de 48 años, heredó en el 2020 el puesto de bacalao que su suegra había abierto en 1982 en la nave 8. Julio, de 49, trabaja desde los 17 —«de ahí que me llamen Julito»— en el del congelado que tenía su padre en la nave 4. «El nombre conjunto, Conxelados & Bacallau Salamanca, es por el apellido de mi padre. A él se le conocía aquí como O Salamanca y, a mi madre, A Salamanca», rememora él sonriendo.

«Fue mi suegra quien, tras volver de la emigración y empezar a vender en Padrón, se hizo primero con su puesto, al que poco después sumaron el del congelado. Al principio ella vendía de todo. Además de bacalao, tenía aceite, huevos, pasteles o café La Negrita. Digo la marca porque mucha gente que viene desde entonces no quiere aún otro sabor», defiende Rosi, poniendo el foco en la clientela que, con cercanía, ahí fidelizaron. «Mi suegra trabajaba de lunes a sábado aquí y los que no quedaban abastecidos la seguían los domingos a Padrón», explica. «Siempre cuenta que una mujer que venía junto a la comitiva del Barça en los años del Superdépor, y se acercaba a Santiago, descubrió su bacalao. Yo aún se lo sigo mandando a Barcelona», sostiene.

«Al final mi madre se centró sobre todo en el bacalao porque le compensaba. Las colas ante su puesto en Navidad se extendían por todo el pabellón...», aporta Julio, aludiendo a esa tradición, arraigada en Santiago, de cenar en Nochebuena bacalao con coliflor.

«Mi mujer, hasta que llegó aquí, no daba crédito a los kilos que se consumen», bromea él. «Yo, que soy de A Illa, estaba más acostumbrada a cenar ese día marisco y aluciné. Veía que en estas fechas cada hora pasaban por el puesto cientos de personas y le preguntaba a mi suegra: "¿Pero esto es normal?"», señala Rosi. «Este mes, en la semana del puente de diciembre salieron en tres días más de 700 kilos de bacalao. Noto, además, una subida en la venta de hojas de seis o siete kilos, algo que se perdía», acentúa. «Es muy bonito que se mantenga la tradición de este plato, también, y aunque sorprenda, entre muchos jóvenes, que lo veían comer a sus abuelos y lo demandan. Algo curioso es también que la gente llega aquí escalonadamente. De algunos clientes sabes que vuelven en diciembre, y otros, en enero, al consumirlo también en Reyes», afirma Rosi risueña. «Con esa afluencia, la primera Navidad me vi algo desbordada...», evoca.

«Yo era enfermera. Había trabajado en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid y en Pontevedra hasta que nació nuestra hija. En el 2020, tras un revés familiar y al jubilarse mi suegra, me convencieron en coger el puesto de bacalao, a pesar de que yo no sabía nada. A favor estaba el poder trabajar con Julio. El problema fue, inicialmente, la pandemia, porque abrí un sábado y nos confinaron un jueves. Recientemente, cortando el bacalao me rompí la clavícula y el esternón. Ahí Julio asumió mi parte. Él es aún ahora el que desala el bacalao», aclara con cariño.

«Para mí esto es mi vida», confirma él, desde un puesto de congelados donde el marcador con la vez da tres vueltas a diario. «En un mes vendí más de 1.000 kilos de carne de vieira. A por el bacalao viene gente desde Portugal. Todos reclaman un sabor tradicional, y calidad», añade, sin dejar de pensar ambos en la clientela. «Yo tenía miedo de que, tras mi ausencia, no volviesen, pero al contrario. Noté mucho su cariño. Emociona ver que un hombre de 90 años envía a sus nietos por cajas de solomillo y, si ve el puesto cerrado, les pide que regresen al día siguiente», subraya Rosi agradecida. «Algo que gusta es ir a una casa y encontrarte el calendario del año de Bacallau Salamanca. Darlos fue una costumbre que empezó mi madre hace ya décadas. Cada Navidad pueden salir hasta 700. La gente los quiere grandes y de pared», comparte Julio riendo.

¿Y qué vais a cenar en Nochebuena? «Nosotros, por Rosi, marisco, pero mi madre, bacalao con coliflor», destaca él.