Muchos coches paran para fotografiar los curiosos maniquíes que usa para disuadir a las aves, sin mucha suerte, esta santiaguesa
13 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Lleva más de 40 años Dolores Carril trabajando un terreno familiar en el Monte do Gozo para que dé fruto. Antes que ella, ya lo hacían sus padres, cuenta la santiaguesa de 65 años. En su día, cultivar esa finca era bastante más productivo de lo que es ahora, pero en su caso no lo hace para sacar dinero, es más una cuestión de salud. «Este es un entretenimiento para mí. Planto patatas, maíz, cebollas, tomates, pimientos... todo para autoconsumo. Lo disfruto mucho, muchísimo. Tengo un dolor desesperado de los huesos, artrosis y tres hernias discales, pero vengo para aquí y se me pasa todo. Para mí no hay mejor medicina que esta. A mí la finca me cura... ¡debe ser a sacha que me sostén! Además, a la playa no voy y aquí me pongo morena al sol, que buena falta me hace para los huesos», afirma haciendo gala de su buen humor Dolores, más conocida como Lolita en su ámbito cercano.
¿Y de dónde le viene su pasión por la labranza? «Mi familia tenía bueyes, pero yo creo que eso no se hereda, te sale de dentro. Ahora la huerta no te da nada. Los vermes y los pájaros acaban con todo... ¡es una pena! Yo ya eché el maíz tres veces este año. Está siendo un año muy complicado», indica una mujer que se niega a combatir las plagas con químicos. «¿Si sulfatas el terreno qué sentido tiene? Para eso ya compras las hortalizas en cualquier lugar y te ahorras el esfuerzo», añade Lolita, quien planta cara a las aves con un par de espantapájaros muy peculiares que no dejan a nadie indiferente. Desde que puso el primero de ellos, el mes pasado, se han convertido en la atracción del lugar y muchos coches paran para fotografiarlos. «Mi hija trabaja en un comercio. Tenían por allí estos maniquíes viejos y los trajo. Los iba a tirar, pero se me ocurrió poner uno de ellos en la finca vestido con ropa vieja y unas sandalias», relata Lolita. Comenta que durante los conciertos de O Son do Camiño alguien se llevó el maniquí, aunque logró recuperarlo: «Se fueron con ella. Yo estuve buscándola varios días y no aparecía. Me llamaron para decirme que estaba ‘La Chicholina' tirada en una cuneta no muy lejos de aquí. Y allá me fui yo a buscarla con la carretilla. Estaba sin brazos y le tuve que atar los pies para traerla sin que se desmontara. Ahora ya quedó así, sentada en una butaca vieja en medio de la finca».
Esta semana se le unía un segundo maniquí con raqueta en mano y todo. «Aquí hay pegas, cuervos y muchísimo pájaro pequeño que no come, pero remueve la tierra y arranca mucho. El primer día los maniquíes cumplen su función, pero al estar quietos luego ya no hacen efecto», constata la santiaguesa, quien los mantiene porque «ya son el chiste». Hubo, indica, quien las confundió con una persona real y están siendo una fuente de anécdotas simpáticas, una cura de risas aseguradas dentro su huerta sanadora.