Algo hay que hacer para comunicar como Dios manda la Cidade da Cultura con la propia ciudad. No se trata del acceso por la AP-9 ni de los autobuses que suben el Gaiás. Se trata de buscar un transporte que ilusione, porque así las exposiciones que ofrece podrán ser visitadas por los compostelanos y por quizás algunos de los cientos de miles de turistas. Ejemplo: la de los vikingos. La muestra se merece una hora porque de allí se sale con una imagen diáfana de quiénes fueron aquellos nórdicos que arrasaron (o al menos lo intentaron) Galicia en años medievales.
En el capítulo de las críticas, y dejando aparte el incómodo suelo irregular en uno de los espacios y que hace dar traspiés, hay una que clama al cielo, y es la presentación de los roles sociales, y ya sin contar con que una exposición seria debe atenerse a las normas de la RAE y la RAG y no desdoblar el lenguaje por muy moderno que quede. Mostrar en un vídeo dibujos animados de niños y niñas felices jugando a luchar con armas no corresponde con la realidad. Y mostrar en un enorme panel a «guerrero vikingo» y «guerrera vikinga» sin más explicación es manipular esa realidad y construir un relato propio (o sea, contar la historia como a uno le da la gana, tendencia que se desarrolló con un señor llamado Donald Trump). Por supuesto que ha existido alguna vikinga guerrera (se publicó un estudio serio sobre diez de ellas), pero presentar el panel sin una explicación y al mismo tamaño las personas y cara de felicidad es dar a entender que los porcentajes eran similares, lo cual es una mentira. Y la Cidade da Cultura no puede caer en eso.
Pero sí, ningún compostelano debería de quedar sin ver la exposición. Hay tiempo.