La eliminatoria de la Copa Federación librada en Villaviciosa por el Lealtad y el Compostela ya es historia. Y ha escrito su propia historia, la de un esperpento, la de una sucesión de despropósitos. El partido estaba fijado para las 17 horas del miércoles, un miércoles tan lluvioso que los dos clubes temían que no se pudiese celebrar la contienda. Sobre la mesa se puso la opción de intentar trasladar el choque a las instalaciones de Mareo. Pero el árbitro entendió que se podía jugar. Y acertó, porque el campo estaba encharcado pero no imposible, y algo se jugó. Al propio tiempo, advirtió de que no se veían las líneas de cal. El personal del club procedió a un pintado de urgencia, a partir de las 16.30. Y el partido empezó con más de un cuarto de hora de retraso. Pero el colegiado, García Arriola, optó por suspenderlo en el minuto 18 porque no había manera de distinguir las líneas en las áreas. Cabe preguntarse si era la primera vez que llovía de tal manera en Asturias, o por qué en esta ocasión no se veían las marcas de la cal. Si hubiesen faltado las porterías, probablemente la historia hubiese seguido de otra manera. Pero era la pintura.
Visto el devenir de los acontecimientos, es causa justificable para que se suspenda un partido. Si el domingo se repitiese un caso idéntico en San Lázaro, cabe pensar que la Federación procedería de igual manera y que el Escobedo tendría que alargar su estancia hasta el lunes. Y si tiene en sus filas estudiantes que no puedan ir clase, es su problema. Y si hay trabajadores que compatibilicen el fútbol con otra actividad profesional, también es su problema. Pero si es el árbitro que el que no puede estar al día siguiente, no pasa nada porque se busca otro, y aquí paz y después gloria. Se descartó la opción de jugar el jueves a las 12 horas porque el club local alegó que no podía disponer de las instalaciones, pero esa mañana sí estaban ya debidamente pintadas las líneas.
Todo lo que pasó en Villaviciosa fue una tomadura de pelo tras otra, con la sensación de que todo eso que fue pasando respondía a un único criterio que estaba claro desde el principio: el partido se iba a jugar, sí o sí. Lo de delimitar responsabilidades, a tenor de cómo se fueron sucediendo los acontecimientos, parece que debe quedar para mejor ocasión o para más adelante. Y probablemente la federación no se parará a pensar por qué pueden pasar este tipo de cosas y si, de alguna manera, no tendrá algo de culpa. Incluso podría tomar nota para que no se repita un episodio tan rocambolesco. Si a un club no le viene bien jugar un partido (ojo, no es este caso, es una reflexión para rizar el rizo), ya sabe que con las líneas de cal difusas hay una puerta abierta a la suspensión.
Cabe pensar que la FEF aplicó dos principios: «Se chove, que chova», y «sigan, sigan».
Por cierto, en la resolución del Juez Único de Competición consta que cada club debe hacer frente a los gastos que acarree la reanudación, «sin perjuicio de lo que pueda decidir en el futuro el órgano competente». Y daba un plazo para recurrir de 48 horas, aunque el duelo se recuperó al día siguiente. Todo muy medido y muy lógico.