Visita a un puente medieval que en el siglo XXI sigue resistiendo el empuje del río Tambre

Cristóbal Ramírez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

CRISTÓBAL RAMÍREZ

La ruta incluye paradas en la iglesia de Senra y Cardama para concluir en Ponte Carollo

26 oct 2024 . Actualizado a las 05:05 h.

Cuando el Tambre arranca desde Ponte Carneiro y sin quererlo ni desearlo se convierte en el límite administrativo entre los ayuntamientos de Oroso y O Pino (aunque luego esa frontera cambia), se transforma también en un recorrido muy poco conocido y de enorme belleza a la que contribuyen los rápidos que forma aquí y allá. Pero desde ese puente resulta muy difícil seguirlo y hay que animarse a ir monte a través, por los bordes de los prados y las repoblaciones de árboles, principalmente eucaliptos. Eso es todo un desafío apto tan solo para muy expertos.

De manera que procede contentarse con admirar la corriente en puntos concretos, y para eso hay que coger en Sigüeiro la carretera de Grabanxa y en la pequeña recta de Senra elegir la derecha con el fin de buscar la iglesia, levantada cerca de un castro del que nada queda.

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El templo, que es el auténtico punto de salida, se muestra en muy buen estado, con piedra vista solo en su fachada, compuesta por sillares excepto la parte superior (de mampostería). O sea, que o bien se derrumbó y se reconstruyó como se pudo o bien no llegó el dinero para levantarla toda con buen granito. El campanario ocupa dos niveles en una fachada adornada con pináculos. El cementerio no oculta un cierto toque artístico, y frente a ese conjunto, carretera asfaltada por medio, se levantó un palco de música que gustará o no pero que hay que reconocer que dista de ese feísmo ramplón que sufre la mayoría de sus colegas por Galicia adelante: cumplieron su función, pero casi todos sobran y cuanto antes. Un excelente cruceiro, muy alto, con algo tan gallego como un pousadoiro pensando en el último viaje en la vida, le presta una compañía que no desentona.

Previsible: el caudaloso Tambre ni se adivina. Hay que buscar la aldea de Ventosa (siempre de frente) y ahí desviarse a Eiriz, y desde este lugar a San Migueliño donde la parada se incluye entre las obligatorias. No se trata de detenerse entre las casas, desde luego, sino en el monte que queda justo al sur y que bordea el río formando un meandro de por lo menos trescientos grados. Y es que en lo alto de ese monte se ha construido hace dos mil años un castro, muy bien defendido por su propia situación a 287 metros sobre el nivel del mar, con agua cerca (fundamental más ayer que hoy) y unas panorámicas que no procede sospechar que no hicieran las delicias de los antepasados.

Si en la excursión se lleva coche de apoyo, desde San Migueliño es posible ir por una pista cómoda y ancha cercana al Tambre. En cualquier caso, andando o sobre cuatro ruedas procede regresar a Ventosa y ahí elegir la izquierda para rematar ante la iglesia de Cardama.

Alargada, de una sola nave, una segunda puerta lateral, con doble campanario, impecable, bien pintada y con tejado nuevo, una cruz antefija sobre el tejado, lo único que desentonan son los contenedores de basura a la entrada. Frente a ella, un «campo da festa» con un cruceiro en el medio, que a pesar de que no puede presumir antigüedad nadie negará que la mano que lo hizo encierra arte.

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La pista, ni muy ancha ni muy estrecha, discurre a la derecha del Tambre para cruzarlo en un puente que exige una parada, bajar del coche y llegarse a la orilla. Porque ahí está el Ponte Carollo, y desde abajo se ven unos tajamares medievales humildemente construidos con piedra de la zona que dista de ser buena. Humildes, sí, pero que resisten el pleno siglo XXI los golpes constantes y a veces violentos con que los castiga el río Tambre.