Ellas encarnan el espíritu navideño durante los 12 meses del año en la Cocina Económica de Santiago
SANTIAGO
Fernanda y Nora son voluntarias en el comedor social compostelano, donde habitualmente arriman el hombro 40 personas externas
27 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Desde hace unos cinco años, Fernanda Madriñán acude cada jueves y viernes a la Cocina Económica de Santiago para servir el desayuno. No falla nunca, ya sea un día festivo o llueva a mares. «Para mí es sagrado», dice una compostelana ya jubilada que en lugar de esto podría estar haciendo cualquier otra cosa o absolutamente nada. Sin embargo, forma parte de los voluntarios que colaboran con este comedor social creado en 1891, un grupo de 40 personas externas a la institución benéfica que encarna el espíritu navideño durante todo el año.
«Al dejar de trabajar y tener tiempo libre por las mañanas, me pasé un día por allí y le pregunté a la anterior directora si podía ayudar. Sor Esther Seoane me miraba con un poco de desconfianza y me recordó que necesitaban gente comprometida, que no fuera un día para cumplir y contarlo luego a sus amistades», relata Fernanda, quien fue copropietaria de una inmobiliaria y trabajó en un estudio de decoración antes de retirarse del mercado laboral. «Entras para ayudar, pero acabas recibiendo más de lo que das y es algo que engancha», sostiene una mujer de espíritu inquieto y generoso, quien además es tesorera de Manos Unidas y forma parte de un grupo de franciscanos seglares que se forman con la aspiración de llevar a cabo actividades de voluntariado en un futuro. «Cuando llegué a la Cocina Económica todo era nuevo para mí. Yo siempre tuve ese runrún del voluntariado y había estado antes dando cursos de apoyo a niños en Cáritas, pero aquí me impresionó toparme tan de frente esta miseria material. Me sorprendió que, en general, ves mucha nobleza y dignidad, incluso más que la que encuentras en las clases más favorecidas», afirma la santiaguesa de 65 años, la cual ya conoce a muchos de los usuarios habituales de la Cocina Económica y destaca que el simple hecho de saludar por el nombre y preguntar qué tal están hace que el servicio sea un poco más humano y contribuya a paliar un mal extendido como es la soledad.
«Dentro de las situaciones durísimas que tienen los usuarios, se respira un ambiente feliz. Es un espacio donde no solo van a comer, sino que además reciben el amor y cortesía de las hermanas, trabajadores y voluntarios. No es un lugar triste, sino un momento de encuentro, en el que se relacionan entre ellos y para socializar», destaca Nora Martínez, quien lleva un par de años como voluntaria. En su caso, cuenta, «tuve un proceso de acercamiento a la fe y sentí una invitación, una llamada de Jesús, para encontrarme con sus predilectos, que son las personas más sencillas, descartadas por la sociedad, sin recursos económicos o enfermas. Me acerqué en primer lugar al Cottolengo, pero al ser la época poscovid no admitían personal externo, y mi segunda opción fue la Cocina Económica». Ahora esta ferrolana de 54 años —afincada en Santiago desde que vino a estudiar Derecho— compagina su profesión con el voluntariado. Ella acude a la hora de comer, los sábados y domingos, y sostiene que «todo lo que puedes dar tú te lo devuelven redoblado... solo con recibirlos con una sonrisa, que no es nada, hace que les ilumine el rostro y cambie por completo su actitud. El poder del amor para cambiar el estado de ánimo es increíble y, a gran escala, podemos cambiar el mundo», indica animosa una voluntaria que encontró una inspiración en las Hijas de la Caridad y el servicio que dan, ahora dirigido por sor Clara Gallego.
Fernanda hace hincapié en el valor de la cadena solidaria: «Es importante que la gente se haga socia de la Cocina Económica y de las instituciones que ayudan a los más desfavorecidos. Pienso que no es necesario dar lo que te falta, como se suele decir, con aportar lo que te sobra, aunque sea un poquito, es fundamental porque esa cantidad mínima que entra de forma estable permite hacer unos planes estratégicos que no puedes plantear con donaciones eventuales, que siempre son bienvenidas, pero esa imprevisibilidad no permite organizar esos planes estratégicos». Además, la santiaguesa anima a participar como voluntario y despojarse de muchos prejuicios por el camino. «Hay de todo, como en todas partes, pero se respira un ambiente muy respetuoso», insiste. Entre las muchas anécdotas que ha vivido en este tiempo en el comedor social, recuerda que un día se inició una pelea entre unos usuarios y cómo medió una de las hermanas con un aplomo que la dejó impresionada. «Muchas veces vienen personas con problemas de adicciones y ese día dos toxicómanos se enzarzaron en una dura pelea. Estábamos llamando a la Policía, porque lo primero de todo es la seguridad e integridad de las personas. De repente salió una monja y se puso en medio de ellos. Sus caras se transformaron al momento y se convirtieron en dos corderitos», relata.
«Aquí se intenta que todos los días sean Nochebuena. Son importantes todos los desayunos, todas las comidas... se pone muchísimo cariño en cada uno de ellos y es muy bonito», continúa. Además, en fechas señaladas, «se ponen cosas más especiales para que los usuarios sientan esa pequeña diferencia». Fernanda reconoce haberse visto «gente que conocía de un nivel económico muy alto pasar por aquí». La vida da muchas vueltas, reflexiona, al tiempo que loa la discreción y buen trabajo que realizan las asistentas sociales que trabajan con los usuarios de la Cocina Económica.
Nora habla de cómo se puede marcar la diferencia desde cada una de las tareas asignadas: «Nos encargamos desde recibir a los usuarios en la puerta a recoger los paraguas y dárselos a la salida, de servir el primer plato, el segundo, el postre o el café, de recoger las bandejas o atender la zona de lavavajillas. Y, los fines de semana, no hay cena, aunque se les da una bolsita con la cena de ese día». Una de las grandes lecciones y aprendizajes de vida que se lleva ella es el mismo ejemplo de las religiosas, asegura: «Tienen una dedicación incansable. Casi todas superan la edad de jubilación, algunas de ellas con creces, pero ves cada día esa entrega gratuita de sus vidas por amor. Es asombroso. En algún caso sintieron la llamada para ordenarse en la adolescencia, con solo 14 años, y desde entonces hasta hoy se han volcado en los demás. Cuidan todo lo que hacen con el mismo mimo que hacemos las madres con nuestros hijos y seres queridos, aunque sea envolver los cubiertos en una servilleta, y lo hacen con una alegría tremenda y una fortaleza física que no responde a la lógica común. Ves que se mueven por una lógica completamente distinta al resto del mundo, que se mueve por criterios económicos, de coste y beneficio. Ellas lo hacen desde la gratuidad, sin esperar nada a cambio, por puro amor y son completamente felices. Les llena de una satisfacción plena y es algo casi sobrenatural».
De ahí, explica, viene ese ambiente cordial que se respira en la Cocina Económica, de «la reciprocidad del amor». «Ese intento por transmitir generosidad que hacen ellas e intentamos hacer los voluntarios es correspondido y te vas de allí con el corazón lleno». Para ella, destaca, ser voluntaria no ha implicado renunciar a nada, ni trabajo, ni familia, ni aficiones. «Para ser sincera, casi estamos deseando que llegue el día de nuestro voluntariado, porque lo que recibimos a cambio es un millón de veces más grande y aprendes mucho de los usuarios, de su resiliencia para aguantar y afrontar las situaciones tan duras que han pasado. Cuando charlas con los inmigrantes, por ejemplo, y te cuentan cómo han dejado sus países y cuánto han tenido que luchar para salir adelante, escuchas historias asombrosas», sostiene. En cuanto al perfil de los voluntarios, indica la ferrolana, es variopinto: «Hay mucha gente joven muy comprometida y vienen bastantes universitarios. Aquí al lado está el colegio mayor de San Agustín y colaboran mucho. Y también hay otras personas que tienen sus trabajos, como yo, o que ya están jubiladas y aprovechan ese tiempo libre para ayudar». Sus propias hijas estuvieron colaborando en su día con el comedor social, indica una mujer que no desaprovecha la ocasión para tratar de captar más manos colaboradoras.
A título personal, recuerda Nora que el el año pasado tuvo la oportunidad de acompañar a la anterior directora a una visita hospitalaria: «Había un usuario en el hospital. Estaba terminal y, a los tres meses, falleció. Fue impactando porque había tenido una vida durísima, marcada por las drogas y las adicciones, pero al estar allí cuidado y atendido emergió una persona bondadosa, paciente y agradecida. Pudo reconciliarse con su familia y despedirse de ellos. Con esto quiero decir que la Cocina Económica puede ir mucho más allá de servir un plato caliente porque las hermanas y trabajadores atienden más de cerca a las personas y presencias pequeños milagros como este». Rememora, por ejemplo, una ocasión en que un sintecho entró descalzo a las instalaciones y «una de las religiosas se llevó las manos a la cabeza al verlo. De repente, desapareció. Dejó de servir comida y volvió al cuarto de hora con un par de zapatillas que le había ido a comprar a una tienda»