A Santiago le hace falta determinación. Una práctica que, llevada al extremo, significa dar un golpe (o puñetazo, como prefieran) encima de la mesa. Lo ideal es que no haya que llegar a estos extremos, pero cuando la desidia alcanza niveles tan inasumibles que atentan contra los intereses generales de una comunidad, no queda más remedio que hacerlo. Aunque surjan las inevitables acusaciones de atentado contra los derechos individuales. Llegados a este punto, hay que ponerlo todo en la balanza y decidir. Esto hay que reconocérselo al gobierno de Goretti Sanmartín. La puesta en subasta pública de cuatro inmuebles en ruinas del casco histórico es lo más positivamente drástico que se ha hecho desde hace mucho tiempo en el casco monumental, mención aparte otras medidas menos radicales en su ejecución pero igualmente rompedoras, por el lado positivo, en su resultado, como la extensión de la cobertura de internet en el mismo ámbito monumental. ¿Cuánto tiempo llevamos hablando del registro de solares como una espada de Damocles para los propietarios que, piedra a piedra, dejan caer sus edificios pese a los cuales Santiago sigue siendo patrimonio de toda la humanidad? ¿Veinte, treinta años? Sinceramente, he perdido la cuenta. ¿Cuántas veces cayó la espada? Ninguna. Solo presión dialéctica a través de las sufridas páginas de los periódicos, que lo aguantan todo. Bienvenida sea. Eso sí, con todas las garantías jurídicas para las partes implicadas, no vaya a ser que, al final, tanta determinación se pierda entre recursos en los juzgados. Aquí hay un filón, porque estos cuatro inmuebles son poca cosa comparado con todo lo que hay cayéndose a cachos en el casco histórico. Y es verdad que debe generar un efecto llamada o advertencia contra tanto abandono (cuando las barbas de tu vecino...). Ahora bien, no puede quedarse ahí. Además de potenciar, vía Consorcio, el mantenimiento de edificios, la mejora de espacios públicos o la conservación de suelos pétreos, el casco histórico necesita políticas efectivas de acceso a la vivienda que permitan revitalizarlo demográficamente, con una habitabilidad adaptada a los tiempos y con precios razonables. Que el Concello compre algún edificio, lo rehabilite y lo alquile en régimen social, está muy bien, pero tampoco basta. Hay muchísimo por hacer.