Más de 70 núcleos de población del área de Compostela se quedaron vacíos

Susana Luaña Louzao
susana luaña SANTIAGO / LA VOZ

ARZÚA

Álvaro Ballesteros

Santiago es el concello con mayor número de entidades singulares y Arzúa, el que tiene más lugares en los que ya no vive nadie

20 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Recuperar la actividad en las zonas rurales de Galicia es uno de los objetivos que se planteó el Gobierno gallego para los próximos cuatro años. El abandono de las aldeas tradicionales se ha convertido en un problema endémico que incluso se estudia en la Universidade de Santiago, donde los expertos barajan medidas para evitarlo. Ciertamente, cuando se consulta el mapa demográfico de Galicia, el panorama resulta preocupante y desolador. Solo en el área de Santiago hay 72 núcleos de población vacíos. Lugares que antiguamente vivían de la labranza y donde las familias prácticamente se abastecían, han quedado hoy desiertos y sus casas abandonadas.

O no, porque se da otro fenómeno igualmente de preocupante y que supone un auténtico reto para los servicios sociales; el de las pequeñas aldeas en las que viven como mucho cinco personas, casi siempre mayores y a menudo dependientes. Lugares en esas circunstancias se cuentan a docenas en una zona, la de Santiago, que como el resto de Galicia tiene una curiosa división administrativa en concellos, parroquias, aldeas, lugares y entidades singulares.

En la comarca hay 3.215 repartidos en 25 concellos. Los que tienen la población más diseminada en pequeños lugares son Santiago y Arzúa, con 268 entidades cada uno, pero es el segundo el que tiene más núcleos de población en los que no vive nadie, grupos de casas que se han quedado abandonados. Son 17 en ese municipio frente a los cuatro de Santiago que ya no tienen habitantes.

En la mayoría de los casos no son más que dos o tres casas vacías, pero también se da el caso de aldeas enteras que poco a poco se traga la maleza y que, como ocurre con Lobios, en Negreira, incluso han dado lugar a leyendas en memoria de quienes las habitaron en su día.

A Casanova, lugar de la parroquia de San Pedro de Busto, en Santiago. Según el nomenclátor de la Xunta -índice de topónimos- solo vive allí una persona; un varón, en concreto. Subirse al coche y buscar al último habitante de A Casanova es un recorrido por la curiosa geografía gallega, por la idiosincrasia de sus gentes y por la realidad de lugares como San Pedro de Busto, con una bonita iglesia y un cementerio tradicional en el que reposan los restos de quienes poblaron lugares tradicionales que estaban llenos de vida y que ahora prácticamente se quedaron sin nuevas generaciones que lleven un ramo de flores a la tumba de los abuelos.

Varios kilómetros y ni un alma. Coches aparcados ante puertas de casas cerradas, un hermoso burro blanco que recuerda a Platero y un gato atigrado. Nada más. Hasta que por fin aparece un hombre con un tractor que está cargando paja seca. «A Casanova? Non sei se non se equivocaría, porque a miña muller é de Busto e eu creo que ese lugar non existe. Non será Barcavella?» No, es A Casanova, tal y como confirma poco después Rosa, una señora que escucha la radio a la puerta de su casa y que ella sí conoce a todo el vecindario. «Ten que coller o camiño que hai ao lado da igrexa; está xunto a Verdía pero é de Busto. Aí non vive máis que Basilio, que xa está maior e non sae de casa, pero ten os fillos que miran por el».

En efecto, poco después de la iglesia, en dirección a Verdía, luce el cartel de A Casanova, topónimo que seguramente algún día tuvo una justificación pero que ahora ya nadie recuerda de dónde viene. En el lugar no hay más que dos casas, y una ni siquiera se ve, porque permanece vacía tras una verja llena de maleza que la disimula desde la carretera. La otra casa, tal y como decía Rosa, es la de Basilio, al que, en efecto, atendía uno de sus hijos, Servando. «Agora non queda ninguén, pero cando eu era pequeno entre as dúas casas éramos unha ducia de persoas». Sus vecinos hace muchos años que se fueron para Madrid, y la casa se cerró cuando murió su propietaria. En la de Basilio todavía hay vida, pero Servando cree que las aldeas no tienen futuro. «Eu non lle vexo saída», dice con escepticismo en relación al plan de la Xunta de recuperar los asentamientos rurales.