Fue Manuel Garrido, infatigable como él solo cuando se trata de promocionar y defender Padrón, el que casi me obligó a ir a A Filoxera, una vinoteca que abre sus puertas en pleno casco histórico de una localidad que en el año que acaba de rematar ha experimento un salto adelante que debe de mantenerse en el 2025.
La primera vez los astros se habían conjurado y el trato patinaba un poco. Manuel Garrido, siempre inasequible al desaliento, buscó excusas y, de nuevo (decirle que no resulta arriesgado, no se rinde), di con mis huesos en A Filoxera. En efecto, en aquella oportunidad no habían tenido su mejor día. La atmósfera fue excelente y acogedora, y desde luego allí no sabían —y continúan sin saberlo— a qué se dedicaba el cliente que repetía visita ni quién lo mandaba allí.
Desde entonces he vuelto más de media docena de veces y lo seguiré haciendo. Por tres razones: primera, por el excelente ambiente que reina merced a la complicidad entre parroquianos (mucha gente de edad media, buena cosa) y quienes los atienden. Segunda, por la enorme cantidad de etiquetas, paralela al saber sobre el tema que muestra el que parece el dueño. Y tercera, fundamental y prioritaria: por la calidad.
Y calidad es lo que necesita la comarca compostelana (¡y Galicia entera!) para atraer a un turismo que busque algo diferenciado. ¿Que una copa de vino cuesta veinte o treinta céntimos más que en un establecimiento generoso en insulso aluminio y con vinos de puro combate, que tanto abundan? Pues se pagan. Y se pagan con gusto, además. Ese es el turismo que nos interesa en Santiago y aledaños: menos gente pero más dispuesta a abrir la cartera. Competir en la bajada de precios nos lleva al abismo.