¿Quién no acabó alguna noche en Santiago cantando en el karaoke del Makumba?

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

Cristina Gerpe (en el centro), con parte del equipo del Pub Karaoke Makumba, que abre cada día a las 23 horas y cierra a las 4.30 de lunes a jueves y a las 5.00 de viernes a domingo.
Cristina Gerpe (en el centro), con parte del equipo del Pub Karaoke Makumba, que abre cada día a las 23 horas y cierra a las 4.30 de lunes a jueves y a las 5.00 de viernes a domingo. Sandra Alonso

Por el pub del Ensanche santiagués pasaron desde artistas profesionales hasta una clientela variopinta, más o menos afinada

30 dic 2022 . Actualizado a las 08:52 h.

El Makumba lleva animando desde los años 80 las noches compostelanas y pocos podrán decir que no acabaron alguna noche sonada en este mítico karaoke de Frei Rosendo Salvado, el único que ha sobrevivido en la ciudad a todas las crisis y adversidades. Al frente del negocio desde el 2018 está Cristina Gerpe, la hija del anterior propietario, Francisco (más conocido como Paco), ya jubilado —aunque todavía va de vez en cuando por allí—. Él cogió las riendas del pub hace unos 30 años, manteniendo el nombre que ya tenía, y fue suya la idea de poner las pantallas, letras y micros a disposición de los clientes para distinguirse del resto de locales nocturnos, en pleno apogeo de la movida en el Ensanche de Santiago. «Haciendo cuentas, llevaremos poco más de 20 años siendo karaoke, y ahí seguimos luchando», indica su sucesora, quien compagina la psicología con la gestión del negocio hostelero —el cual es hoy en día su prioridad, dice—.

En los últimos tiempos hubo unos cuantos cambios en el Makumba, donde se sustituyeron los antiguos espejos y el estilo vintage por una decoración más moderna, se retapizaron los sofás y se eliminaron algunos de ellos para dejar más espacio para bailar. El libro gordo de hojas plastificadas en el que antes buceaba uno en busca del título que mejor destacase sus cualidades vocales, fue sustituido también por un sistema «más práctico» a raíz de la pandemia. «Ahora es a través de un código QR que se escanea con el móvil. Eligen la canción o artista y se lo envían directamente a la cabina», explica Cristina. La compostelana de 45 años calcula que «podemos tener una lista de 15.000 temas, o más», y no duda sobre cuál ha sido el hit este año: «El de Quevedo, Quédate. Pero ya no es solamente que lo canten, sino que también lo piden para escucharlo. Se vuelven locos con él».

Aunque siguen teniendo «una clientela fiel, la de siempre, que es parte ya de la familia, ahora hay una especie de bum entre la gente joven: celebramos muchas fiestas universitarias, pasos de ecuador... Y, este mes, hubo también mucha cena de empresa, fiestas privadas y grupitos que vienen a pasar un buen rato». En Fin de Año, abrirán a partir de la una, con la opción de reservar una entrada anticipada con derecho a consumición o de obtenerla esa misma noche en la puerta del local.

Revela Cristina que por su karaoke pasaron desde artistas profesionales del mundo del espectáculo a voces anónimas que la dejaron sin palabras, para bien y para mal. Recuerda, concretamente, a «una chica joven, que «debía ser una estudiante, a la que tuvimos que grabar porque estaba el local lleno y, cuando empezó a cantar se hizo de repente un silencio. Era impresionante. Hasta le pedimos su número de teléfono por si viene por aquí alguien de la industria musical, para dárselo. Tardó bastante en arrancarse a cantar, puede que por timidez, pero nos dejó a todos mudos». También hay, confirma, los que no nacieron con buen oído, a los que les entra la risa floja y no son capaces de acabar una frase, los que cogen el micro y no lo sueltan, o los que parece que les quema en las manos y se lo endosan al primero que pueden -porque, aunque aquí solo hay dos micros, lo más habitual es compartirlo, o que la pandilla amenice la actuación haciendo de cuerpo de baile improvisado-. 

Lo cierto es que Cristina prefiere que canten otros, siguiendo el ejemplo de su padre. «Mi voz no es apropiada para amenizar. Con muy poca gente puede ser que me anime, pero no es lo habitual», comenta entre risas la propietaria del Makumba, que cuenta con un equipo de siete personas entre camareros, disyóquey y personal de limpieza (algunos de ellos, por cierto, fueron clientes antes de empleados) y la mayor parte lleva al menos cinco años -y no es lo más habitual en el mundo de la noche, en el que suele haber mucha rotación-. 

Destaca Cristina que, «en la época de mi padre, había más gente mayor y más parejas, que estaban sentados y tranquilos»; y recuerda que hasta se hacían concursos de canto a los que se presentaba un público bastante especializado, incluso acabó algún ganador que acabó siendo contratado en una orquesta. Lo que no se ha perdido, subraya, es «el buen ambiente, el buen rollo, alegría y las ganas de pasárselo bien que se respiran aquí».