La repostería artesanal triunfa en Raviña, la panadería familiar que montó en Vedra un emigrante retornado hace más de 75 años

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

VEDRA

SANDRA ALONSO

Susana dirige actualmente el obrador fundado en por su abuelo, cuando volvió de Cuba con el sueño de abrir unos cines en su tierra natal

08 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Sobre un buen consejo se asientan los cimientos de la Panadería Raviña, un negocio familiar de Vedra que ha dado de comer a tres generaciones desde que se montó en la misma propiedad que nació su fundador, en la aldea de Marzán de Abaixo. Antonio Raviña «foi emigrado para Cuba porque non quería combater. Aos poucos anos de que acabase a Guerra Civil, veuse de volta, coa idea de montar un cine. Viña con moitas ilusións, pero dixéronlle que facer iso ía ser un fracaso aquí, e máis naquel momento, no que a xente tiña moita fame e había moita pobreza. Aconselláronlle abrir algo que tivera que ver coa alimentación e fixo un ultramarinos con panadería», relata su nieta Susana, quien hoy está al frente de ese mismo obrador. Su abuelo aprendió el oficio en la Casa Grande de Silva, situada cerca de la iglesia parroquial, indica: «Alí facíase pan porque tiñan moito xornaleiro e veu a ensinarlle a amasar, e todo o proceso, no forno pequeno que construíu».

El tercero de sus hijos (tuvo cuatro), Manuel, cogió las riendas del negocio cuando Antonio se hizo mayor y este pasó luego el testigo a su primogénita. «Eu entro hai xa bastantes anos, aínda que me dediquei toda a vida a isto dunha maneira a outra. Como pasa en todos os negocios familiares, de rapaciña sempre andaba trasteando por aquí, entre fariñas», rememora la panadera, quien está al cargo hoy de cinco empleados. Eso no la exime de madrugar para amasar y cocer el pan del día. Se suele levantar cuando los gallos todavía no cantaron, a las 3.30 horas «e, outros días que son máis relaxados, ás 5.00», matiza la vedresa.

Ella fue quien dio un giro a la empresa y la modernizó, allá por el 2011: «Fixemos unha renovación que conta coa mellora dos equipamentos, introducindo así a produción de bollería e pastelería. Tiñamos un forno de leña antigo e desfixémonos del porque necesitaba unha reparación importante e ocupaba moito sitio para o servizo que daba. Con el acabamos de facer dúas fornadas ás 12.00 e agora ás 9.00 xa temos o pan». Además, en esta reforma instalaron un cristal que permite ver desde el despacho el trabajo que hacen en el obrador (antes separado por una pared que no permitía ver el corazón de su negocio). Esta nueva etapa en la panadería familiar —que nunca llegó a cerrar en sus 75 años de historia— está marcada por dos productos de repostería artesanal que se han convertido en las estrellas de la casa. Son sus pastas y sus anaquiños de améndoa.

Otro buen consejo, el de una amiga, fue el que llevó a Susana a elaborar un dulce que no tuviera que consumirse necesariamente en el día y pudiera ser tanto un capricho como un «agasallo para levar o día da festa na casa de Fulanito ou Fulanita», observa. Primero fueron las pastas y más tarde sus anaquiños de améndoa, bañados en chocolate negro o con leche. Ambos se coronaron hace apenas un mes, para cerrar el 2024, con el sello de Artesanía Alimentaria, distinción otorgada por la Axencia Galega da Calidade Alimentaria (Agacal) a un selecto listado de empresas que cumplen con sus requisitos nutricionales y de elaboración, una respetuosa con el medio y que garantiza un producto final individualizado de calidad.

La mayor parte de su clientela es de Vedra, aunque «tamén vén xente de fóra polas nosas bases de pizza, pastas...», indica Susana. Sobre el proceso artesanal de sus pastas, explica que se cortan una a una, se adornan a mano y subraya que no llevan ningún aditivo, conservantes ni grasas de palma. «Sempre se venderon moi ben e tamén teñen demanda no verán, cando xa non hai bombóns», apunta. En cuanto a los anaquiños, aclara que «non son como as pedras de Santiago, levan outro chocolate distinto, bastante bo e bastante caro» y atemperar el chocolate para que queden brillantes y bonitos es el proceso más laborioso. En ambos casos, vienen etiquetados y envasados para especificar los ingredientes que llevan de cara a alguna posible intolerancia y alergia, asegurando la trazabilidad alimentaria y el valor nutricional. 

Destaca la dueña de la Panadería Raviña el valor de la gente que trabaja con ella: «Facemos moi bo equimos, somos responsables e esforzámonos todos por facer o mellor producto que podamos ofrecer ao consumidor».