La churrería creada en Teo que pasó de un trabajador a once y servirá más de 70.000 churros este Año Nuevo

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

VIVIR SANTIAGO

Xoán A. Soler

Un hostelero, que vio la necesidad de una empresa que surtiese al sector en Santiago, abrió la Churrería Los Tilos en 1996. Ya vende más de 6 millones de unidades al año

30 dic 2022 . Actualizado a las 12:25 h.

En 1996, Manuel Gómez Noya -conocido como Noya-, decidió dar un giro a su vida. «Yo trabajaba en la cafetería Krystal, en la praza Roxa y veía a diario la necesidad que tenía Santiago de una empresa que suministrase churros al sector de la hostelería. Había varias churrerías pequeñas, o cafeterías que los hacían, pero faltaba esa venta al por mayor. Me acuerdo que nosotros los íbamos a buscar al antiguo El Yate, en la rúa Senra», sostiene. «Lo vi claro y con 33 años me lancé. Cambié de ámbito», añade este bañés que ahora tiene 59 y que había trabajado desde los 18 como camarero en distintos locales de Santiago. «Estuve mucho tiempo en la discoteca Liberty; pero, en sus buenos años, en los 80 y 90», bromea.

«Conocía el sector, a muchos compañeros, y eso me ayudó, gracias al boca a boca, cuando decidí abrir hace 26 años la Churrería Los Tilos. La monté en el centro comercial de ese núcleo de Teo, donde vivíamos», afirma en plural, aclarando que sumó al proyecto tanto a su mujer, María Josefa Teijeiro como, años después, a su hijo Javier. «Empecé yo solo y ahora somos once», asegura con orgullo.

XOAN A. SOLER

«Al principio yo sabía cómo vender los churros, pero no cómo hacerlos. Eso fue cosa de años, de ir aprendiendo a partir de nuestra propia experiencia hasta lograr que quedasen crujientes, no aceitosos. La masa tiene que estar en su punto. Siempre se decía y, es cierto, que ''el secreto está en la masa''», remarca sonriendo, antes de traducir la gran aceptación de su negocio a cifras.

«En la actualidad tengo 320 clientes mayoristas y, de ellos, más de 200 son de Santiago», señala, enumerando nombres de cafeterías emblemáticas como el Metate, El Muelle, el Venecia, el Café Casino o la cafetería Milay. «Locales que antes hacían churros, como el Mesón el Hispano, junto a la Praza de Abastos, comenzaron también a pedírnoslos», resalta. «Cubro casi todo el Ensanche compostelano», incide ante una expansión que también les llevó hasta localidades como Negreira, Santa Comba, A Estrada o Lalín.

«En un día laborable o en un sábado solemos vender más de 20.000 churros», recalca, aclarando que los domingos, el día en el que gran parte de la hostelería compostelana cierra, ellos también descansan. «Anualmente vendemos, como mínimo, seis millones de churros al año», confirma sobre un éxito que le impulsó a trasladarse a un local mayor. «En el 2020, durante el desconfinamiento, reabrimos en la carretera AC-841, ya en el término municipal de Santiago, justo en el límite con Teo, pero como ya nos conocían no dudé en mantener el nombre de Los Tilos», apunta Gómez Noya.

«Ese año, el primero de la pandemia, mantuvimos en Año Nuevo las ventas. Los dueños de una aplicación local de reparto a domicilio, ObviousEat, nos propusieron llevar los churros a domicilio, y fue un éxito. Se vendió lo invendible, más de 50.000 esa jornada», evoca agradecido ante una cita tan señalada para su sector.

XOAN A. SOLER

Para este próximo 1 de enero se muestra también optimista. «La previsión es vender sobre 70.000 churros, de los que 40.000 son congelados, y se destinan, principalmente, a otras localidades del entorno. Esos ya están saliendo estos días. Los 30.000 restantes son frescos, tanto para cafeterías de Santiago como para particulares que se acerquen hasta aquí. En el 2021, cuando la gente aún no pudo salir mucho de noche por el covid, fueron 10.000 personas las que vinieron a buscar churros al local», rememora. «Este año ya hay más fiestas, así que es posible que esa cifra baje. A Los Robles, en donde se juntan más de mil personas, también les suministramos nosotros», resalta con satisfacción.

«En Año Nuevo abrimos al público a partir de las 04.00 horas, aunque nosotros ese día estamos ya aquí mucho antes», desliza, compartiendo algo que le enorgullece. «Mi hija Lucía es doctora en Neurociencia por la universidad de Ginebra pero ese día no falla, siempre está aquí. Todos los años viene y nos ayuda a vender churros en la tienda», acentúa con emoción.