Las insólitas anécdotas de los guías en la Catedral de Santiago: «Vimos a gente que abraza a un tiraboleiro y luego pregunta que dónde está la estatua del Apóstol»
VIVIR SANTIAGO
«Un clásico que creo que nos pasou a todos os guías de Compostela é o comentario dalgunha xente cando ve o botafumeiro e di convencida ''eu vin o grande''», defienden, rescatando confusiones lingüísticas y situaciones cómicas que llenan su día a día
22 may 2024 . Actualizado a las 15:42 h.Hace poco la curiosidad compartida por una guía que enseña la Catedral de Santiago, y en la que explicaba cómo una turista le había insistido, debido a una página que le había saltado en Google, que el Apóstol estaba enterrado en otra comunidad, causó un pequeño revuelo en las redes que la empujó a eliminar ese tuit. Un eco digital que llevó, sin embargo, a muchos usuarios a compartir anécdotas vividas por ellos como turistas o a querer saber más. A través de la Asociación Profesional de Guías de Turismo de Galicia, distintos guías que enseñan el templo compostelano, acceden a relatar a La Voz sus propios experiencias.
Uno de los elementos de la Catedral que concentra comentarios y nunca deja indiferente es, sin duda, el botafumeiro, el gran incensario; uno de los símbolos del templo. «Un clásico que creo que nos pasou a todos os guías de Santiago é o comentario dalgunha xente cando ve o botafumeiro e di convencida “eu vin o grande”. Nós aclarámoslles que só hai un botafumeiro, pero eles insisten en que este é máis pequeno que o que eles viron. Eu creo que é a emoción da primeira vez na que o contemplaron voar, que fai que á xente lle pareza xigante. Eu, con retranca, dígolles que iso só podería ser se estiveron na Catedral antes de 1851, que é cando se constrúe o actual incensario», apunta Joaquín Rubal, geógrafo y guía de turismo oficial de Galicia.
«Casi a diario nos encontramos grupos en los que hay gente que aseguran que ellos vieron el botafumeiro original. Señalan que lo imaginaron más grande, tras verlo en la televisión. También hay quien rebate el desplazamiento del mismo por la nave transversal, el transepto», ratifica Manuel Mallo, guía turístico, de larga carrera en Santiago donde, tras comenzar en la Oficina del Peregrino, lleva guiando grupos 24 años. Un largo periplo durante el que acumuló sucesivas vivencias.
Entre ellas destaca, por divertida, una que tuvo lugar en el conocido camarín del Apóstol, donde peregrinos y turistas, pasando por el Altar Mayor de la iglesia, abrazan una imagen policromada del santo, del siglo XII. «Hace unos años me ocurrió, con un grupo que venía de la isla francesa de La Reunión, que, al esperarlos a la salida del camarín, tras haberles explicado cómo tenían que hacer, muchos me preguntaron: ''¿Pero dónde está la estatua del Apóstol?'' Yo no entendía nada. Les pregunté entonces que a quién habían abrazado. ¡Y era a un tiraboleiro!, uno de los ocho hombres que mueven el botafumeiro y que hace años se encargaban de vigilar esas visitas —ahora esa tarea la realiza un guardia—», evoca riendo, e imaginando la cara de ese hombre al que, uno por uno, le fueron dando un abrazo. «Creo que era un tiraboleiro portugués, al que ahora no veo por la Catedral. Debió alucinar...», explica, enlazando con otra anécdota relacionada también con otra de las grandes tradiciones de la basílica, ahora ya prohibida.
Antiguamente, los peregrinos realizaban dos rituales en el Pórtico de la Gloria. Por una parte daban tres pequeños cabezazos contra el Santo dos Croques, que representa al Maestro Mateo, cuyo objetivo era la transmisión de su sabiduría y conocimiento, y, por otro lado, apoyaban la mano en el parteluz, en el árbol de Jesé. Ese árbol genealógico de Cristo se sitúa al pie de la estatua del Apóstol Santiago, quien da la bienvenida al templo.
«Debió pasarme dos años después de que este rito se prohibiese. Estaba con otro grupo francés, también de la misma zona, donde acostumbran a ser muy espirituales. Les conté que ahora no se podía tocar el parteluz y me preguntaron si yo, años atrás, lo había tocado. Al asentir, me asombró que vinieron todos a tocarme la mano», apunta.
Sin descanso, y siendo, además de guía, traductor —estudió Filoloxía Alemá e Inglesa— Manuel Mallo rescata también varias confusiones lingüísticas que dieron pie a situaciones cómicas. «Una vez, en una parte concreta de la Catedral, indiqué a unos alemanes que allí solo se podían hacer fotos sin flash. No sé si lo germanicé demasiado, pero una turista entendió fleisch, que es carne en alemán. Imagínate las risas; fotos sin carne», prosigue.
«Hace años también me pasó una situación graciosa cuando se permitía acceder de forma general a muchos guías a la sacristía para ayudar a traducir a los sacerdotes extranjeros que pedían concelebrar la misa de las 12.00 horas. Dentro de la sacristía podía llegar a haber cinco guías que atendían a sus respectivos sacerdotes. Un cliente alemán, tras explicar el sacristán qué parte les iba a tocar leer a cada uno, afirmó que él sabía castellano y que se podía desenvolver solo. Al final acabó diciendo que era un pastor alemán, como si fuese un perro», rememora divertido, ahondando en cómo hay gente que le rebate también expresiones. «En una ocasión, hablando de no confundir sexo con género, la charla derivó hacia un debate en el que un visitante alemán me rebatió sobre el género del Espíritu Santo en español, hacia si era ‘el' espíritu santo o ‘la' espíritu santo. Y no lo convencía de la forma correcta...», apunta, remarcando cómo el perfil del visitante al templo mudó con las décadas. «Hace años muchos de los que visitaban la basílica ya conocían de antemano toda la iconografía del templo, algo que ahora no siempre ocurre. Antes comprobaban lo que decías y traían libros, confirmando o no si era cierto. Para muchos de ellos, el valor estaba sobre todo en la palabra escrita. Me acuerdo que hasta te enseñaban el libro si decías algo distinto», rememora, subrayando, aún así, el buen tono de casi todas las visitas a lo largo de más de dos décadas.
«Solo tuve una mala experiencia en toda mi trayectoria. Fue en un grupo en el que a uno de los integrantes le dio un infarto y yo veía que el jefe del grupo tardaba mucho en llamar a las urgencias. Al final me pusieron una reclamación por haber tardado demasiado en convencerlo... pero, salvo ese caso, el resto son todas anécdotas simpáticas», señala.
«Ya fuera de la Catedral, y cuando aún la fachada del Obradoiro tenía mucho musgo, me acuerdo que muchos visitantes nos preguntaban que qué hacíamos con el dinero para mantener el templo, si lo conservábamos así. Lo de la lluvia no le cabía en la cabeza», señala divertido. «Otra pregunta muy habitual, al salir del templo, con grupos de franceses o alemanes, era que dónde estaba la zona vieja. No veían que ya todo el entorno lo era. Empecé entonces, dentro de las visitas, a dar una vuelta por la rúa do Franco, parándonos en Fonseca, y por la rúa da Raíña. Aunque decían que se lo imaginaban más grande, ya veían que era todo casco histórico», continúa.
Flor Pernas, que lleva 40 años trabajando como guía oficial en Galicia, introduce una vivencia que, admite, le cogió «completamente desprevida». «En plena Praza do Obradoiro, cun grupo de rusos, estaba eu explicando varias cuestións relacionadas coa peregrinación, como que estabamos no centro, no kilómetro 0 da ruta, así como os distintos camiños ou maneiras de peregrinar ou as razóns polas que se camiñou cara Santiago dende o Medievo ata a actualidade... De repente, un chico ruso do grupo pregúntame que lle explique o que é a fe. Pensei que entendera mal a pregunta, pero non. Volveu insistir. Eu, moi digna, respondinlle que no catolicismo, exactamente igual que no resto de relixións, a fe é crer sen ver. O grupo aplaudiume e podes imaxinar o meu asombro e as risas xerais», apunta, añadiendo Joaquín Rubal, otra situación insólita.
«Unha vez, tras falar moito tempo do Camiño de Santiago e dos peregrinos cuns cruceristas estadounidenses, un deles pregúntame: “¿para ir a Santiago hai estradas?'' Eu dígolle que por suposto que si. Enton dime: “Por que vai a xente camiñando a Santiago? Iso é non entender nada do que significa peregrinar...», reflexiona el guía y geógrafo.
«Una vez, tras salir de Santiago e ir en bus por la carretera, a la altura de Outes, les estaba explicando qué eran los hórreos. Quedé satisfecho y hasta me aplaudieron. Quedei todo cheo. De repente, uno me dice: ''¿pero qué son esas pequeñas casas con una cruz encima?'' Ahí el ego se me bajó», concluye riendo.