Andoni hizo el Camino con su estudio de tatuajes a cuestas: «Llevé de todo, 20 litros de los 40 que tenía en mi mochila fueron para el material»
VIVIR SANTIAGO

Lleva poco más de un año tatuando, pero decidió embarcarse en esta aventura su «kit» sobre los hombros. A mitad del trayecto, antes de llegar a Santiago, pensó en dejar el equipaje y seguir caminando libre de peso, pero, de repente, algo hizo «click»: «Tengo claro que, si lo vuelvo a hacer, va a ser otra vez con todo»
05 sep 2024 . Actualizado a las 18:58 h.Andoni Cortijo llegó a O Cebreiro con una mochila cargada de botes de tinta, agujas, guantes, desinfectantes y demás material. Este tatuador de Barcelona, que lleva poco más de un año haciendo de la disciplina su profesión, decidió emprender la peregrinación hasta Santiago con el estudio a cuestas. «Cogí de todo», cuenta, mientras enumera otros tantos útiles que, durante siete días, cargó sobre sus hombros mientras caminaba: depresores de madera, vaselinas, caps —pequeñas tapas desechables que se colocan sobre los envases de tinta—, papel film, parches de curación, cinta, cuchillas, todo tipo de calcas y el líquido para pegarlas. También, por si acaso, el fluido que se necesita para borrarlas si se adhieren mal. «Veinte litros de los cuarenta que tenía en mi mochila eran para el material», añade el catalán, que no duda en asegurar que, pese al peso, repetiría la experiencia una y mil veces más: «Fue increíble. Me escribían y me paraban para preguntarme por los tatuajes».
La idea de meter el estudio en la mochila y convertirlo en itinerante nació gracias a un amigo que, el año pasado, completó el Camino. «Al llegar de vuelta a Barcelona vino andando directamente desde la estación de tren hasta mi casa para explicármelo todo. Estaba emocionado, con muchas historias y con un tatuaje nuevo que ponía la palabra “ultreia”», recuerda Andoni. Contada por él, la experiencia le pareció «asombrosa». Este verano, con la idea de repetir, no dudó en unirse a su plan. Eso sí, con una particularidad: además de los bastones de senderismo, se llevaría en el equipaje su máquina de tatuar.
«Fue un poco a lo loco», recuerda el tatuador, admitiendo que, para él, la decisión de cargar con el peso durante tantos kilómetros tenía cierto valor simbólico. Hace un año, dejó su trabajo en una empresa en la que llevaba «mucho tiempo muy mal». «Decidí hacer las maletas y probar en algo completamente distinto», explica. Así fue como, poco a poco, entró en el mundo del tatuaje. O, como describe con sus propias palabras, la manera en la que fue creciendo en él «la ilusión de plasmar ideas, familias, amigos, momentos e historias en la piel». Para el Camino preparó unos cuantos diseños diferentes, que fue mezclando en función de las demandas de las personas tatuadas: dos tipos de flechas, conchas, suelas de botas, huellas de pies, la frase «buen camino» y, lo que más éxito tuvo, la palabra con la que empezó todo, «ultreia». «Esto me ha ayudado a sentirme bien conmigo mismo, a tener confianza y crecer como persona», confiesa el tatuador, que no duda en asegurar que, de hacer el Camino otra vez, lo repetirá de nuevo con todo el material encima.

Lo dice ya desde su casa, en Barcelona, valorando la experiencia con cierta distancia. No obstante, hubo un momento de la peregrinación en el que pensó en dejar el equipaje a medio camino. Ellos fueron en coche desde Barcelona hasta Sarria y, desde allí, cogieron un bus hasta O Cebreiro. «Hasta el tercer o cuarto día no se dio la situación de usar el material. Estuve a punto de dejarlo cuando termináramos el tramo que llegaba a Sarria. Hablando con mi amigo, decía: “Si veo que en estas dos etapas no surge, bajamos hasta el coche y vacío la mochila”», recuerda Andoni. Al llegar al pueblo, un vídeo colgado en Instagram y en TikTok que se convirtió en viral hizo que los peregrinos con los que se encontraba comenzaran a preguntarle por los tatuajes. Algo hizo click —y nunca mejor dicho— en el sentido de su viaje: «Dije: “Venga, sigo con él. Si lo uso, genial. Si no, para la próxima ya traeré menos peso para que me sea más cómodo”».

Hablando con la gente que iba conociendo en el camino, salía el tema de los trabajos. Recuerda que algunos le decían: «Yo quiero que me tatúes». «Les parecía asombroso que llevara toda esa carga encima y me decían: “Venga, vamos a darle uso”», continúa. En total, cuenta haber tatuado a unas diez personas. A algunas de ellas, en sillas dentro de las habitaciones. A otras, dentro del albergue y previo aviso a los encargados. Recuerda el día que más pieles tintó: «Fue en una sala con comedor y dos mesas enormes forradas en plástico. La situación era ideal».
«Una de las chicas venía desde Cádiz en furgoneta y con su perro. Ya había hecho el Camino y vino a esa etapa porque le había encantado. Ahí se encontró con nosotros, se unió al grupo y se quiso tatuar. A mi me parece increíble: nos acabamos de conocer y ya me estás transmitiendo la confianza necesaria como para tatuarte algo en la piel. Inmortalizar el momento y la experiencia es algo muy especial», reflexiona. Él, paradójicamente —y aunque ya lo tiene pensado—, no se hizo ningún tatuaje a si mismo durante el Camino. Igual, para la próxima vez, que asegura que habrá.