Las protestas por una vivienda digna en Santiago no varían desde hace 45 años: en 1982 se ofrecía una habitación a precio desorbitado «con derecho a baño y a hacerse un café»
VIVIR SANTIAGO
«Año a año los alquileres van a más y los muebles a menos», destacaban las crónicas de hace cuatro décadas
02 oct 2024 . Actualizado a las 20:07 h.Ni el río atmosférico de lluvias previsto para hoy en Santiago frena las ansias de protesta de los universitarios, convocados esta mañana por Erguer, Estudantes da Galiza, a una huelga para reclamar precios no desorbitados en las viviendas. «O alugueiro é para moitos estudantes o principal gasto á hora de acceder ao ensino superior. Coa actual crise de vivenda, representa unha barreira máis que dificulta e mesmo impide ás estudantes continuar os seus estudos», sostiene Artai Gavilanes, responsable de la organización estudiantil al convocar la jornada.
Una reclamación, la de los precios y la carestía de la vivienda para universitarios, que, si tiramos de hemeroteca, comprobamos que se repite en Santiago desde, al menos, 1979, hace ahora 45 años.
Fue en esos años finales de la década de los 70 cuando en Compostela se produjo por la carestía de los alquileres -un motivo que se sumaba al de la falta de comedores u hospedajes promovidos por la USC y a una regresión en la política de becas-, un levantamiento que llegó a tener centros sin clase o estudiantes encerrados en facultades. Una creciente conflictividad que tenía como kilómetro 0 varios calles del Ensanche santiagués, como Santiago de Chile, la conocida en esos años como avenida de los estudiantes, al ser el epicentro de muchos de ellos.
Esa revuelta estudiantil forzó incluso al rectorado a habilitar como residencia universitaria una parte del complejo de bungalows Burgo de das Nacións, construido para alojamiento de peregrinos en 1965 y prácticamente abandonado desde entonces. En ese momento el equipo rector de la USC aseguraba que su capacidad de gestión de alojamientos estaba ya agotada.
Con el paso de los años la situación no mejoró. En la década de los 80 La Voz se lanzaba a la calle para pulsar cómo era la búsqueda de alquileres por parte de los estudiantes, con una crónica que, 40 años después, y más allá de las evidentes diferencias temporales, hará a muchos pensar en la situación actual.
Una información del 15 de octubre de 1982 arrancaba así: «En las inmobiliarias de Santiago no queda un solo piso, un solo apartamento por alquilar. Todo está completo. Es muy probable, nos dicen, que la afluencia turística haya tenido mucho que ver, los turistas, al fin y al cabo, también ocupan un espacio. Pero, fundamentalmente sucede que este años los estudiantes se han tirado a la calle, probablemente hartos de carencias y pensiones, probablemente en función de un nuevo tipo de vida más abierto y libre, aunque no precisamente cómodo».
Avanzado el texto, y mientras se pulsaban in situ las distintas ofertas inmobiliarias, se aclaraba cómo una habitación individual podía llegar a costar 12.000 pesetas o 9.000 pesetas con derecho a baño y a hacerse un café.
«En la calle Espíritu Santo número 18, 6.000 por cama en una habitación de dos: usura. En Pérez Constanti número cuatro nos responde una voz armoniosa de señor entradito en años: ''Si, es una habitación, claro, sí, tiene luz. La habitación tiene una ventana que da aun patio amplio, grande, suficiente, sólo para dormir. Son 9.000 pesetas sin derecho a cocina: Oiga, ¿y se puede uno preparar un café? Bueno, esta es una casa particular''», prosigue el texto.
La crónica, que no tiene desperdicio -«Y Santiago de Chile, otra cosa con cien metros por pasillo, absolutamente falta de calidez y calidad, cuatro habitaciones. ¿cuatro? ¿Oiga, donde está la cuarta? Pero hombre, aquí cabe una nevera»- termina así: «Y así, entre contratos para estudiantes que sufren estos mismos y los que no lo son, irregularidades y formas difíciles de control e inevitables padecimientos, año tras año los alquileres van a más mientras instalaciones y mobiliario se vienen a menos y esta ciudad se convierte en un auténtico lujo para poder vivir».
Al día siguiente el periódico se trasladaba al casco histórico compostelano para comprobar que, a pesar de una «sutil frontera» en esa zona noble respecto a los pisos de estudiantes, la valoración general era similar: «Pisos mal amueblados, con goteras, falta de ventilación y suelos apolillados».
Con el avance de la década de los 80 la situación no progresaba. En 1984, el Ensanche, zona de expansión urbana de Santiago, volvía a acoger nuevas protestas, con calles cerradas al tráfico de vehículos tras atravesar estudiantes coches en la calzada, encender hogueras e intentar formar barricadas en los cruces, todo para protestar por la carestía de los alojamientos y la subida de las tasas académicas.
En septiembre de 1986, otra crónica de La Voz mostraba cómo no había adelantos en la situación del mercado inmobiliario.
«Según datos aportados por el Centro de Orientación e Información Estudiantil (COIE), unas 5.000 personas buscan en estos momentos alojamiento en Santiago», anotaba esa información en la que se ponía el foco en que ese curso de 1986 la situación «se ha agravado». «El precio de los alquileres de pisos ha llegado a extremos casi increíbles y muchos de los que antes se alquilaban como tales, se han reconvertido en una especie de 'pensiones' clandestinas, fraudulentas e ilegales que se ofrecen como habitaciones y que se cobran por camas, proporcionando suculentos dividendos mensuales a sus arrendadores y forzando a muchos estudiantes y trabajadores a desarrollar buena parte de su vida cotidiana en un hábitat desagradable, triste y en muchos casos tercermundista: cualquier espacio cúbico, cualquier hueco sirve para ser habilitado como vivienda y alquilado posteriormente a estudiantes que no tienen donde meterse», subrayaba ese texto, uno de los muchos publicados en el periódico sobre la carestía de los pisos y las protestas de los universitarios por ello.
El avanzar de las décadas y la irrupción en Santiago de un acentuado mercado turístico en el alquiler no ha hecho más que acrecentar la situación. Esa última crónica, de 1986, ya reflexionaba sobre ello: «El problema viene de antiguo, desde que Santiago es el Santiago que actualmente conocemos y vivimos».