Así se formaron las impactantes colas para entrar en la Conchi este fin de semana: «Subíamos por Santiago de Chile y empezamos a ver una marabunta de gente corriendo»
VIVIR SANTIAGO
Antes de las ocho y media de la mañana, que es la hora de apertura, la fila recorría la Rúa dos Feáns hasta bordear la esquina. Por el otro lado, llegaba hasta más allá de la facultad de Dereito: «Era como una lucha», recuerda uno de los allí presentes
13 ene 2025 . Actualizado a las 17:24 h.«Era como una lucha», recuerda Ismael Ventoso, estudiante en el Centro Superior de Hostelería de Galicia, sobre su llegada a la biblioteca Concepción Arenal, conocida popularmente como Conchi, en la mañana del domingo. «Como el sábado habían ido a las nueve y ya no quedaba sitio, dijimos: "Venga, pues salimos de casa a las ocho y estamos antes de y media, que es cuando abre"», continúa Sara Romero, compañera de clase. Ella, que vive más lejos del campus, caminó hasta llegar al portal de Ismael, en Santiago de Chile, para recogerlo e ir juntos. Fue mientras esperaba cuando comenzó a darse cuenta de que algo pasaba: «Empezamos a ver una marabunta de gente con mochilas corriendo en dirección a la Conchi», explica. Con el temor de que les pasara lo mismo que el día anterior, se unieron a la competición. «Yo los vi de lejos, mientras que subían por las escaleras de conectan con Rosalía de Castro. Iban como locos corriendo», añade Paola Iglesias, la tercera del grupo, que bajaba con prisa de su piso en la Praza de Vigo alertada por sus otros dos amigos. Pese al madrugón y al sprint final, se encontraron con la sorpresa al llegar.
Para quien no tenga en mente la arquitectura de la biblioteca, la entrada es doble por la puerta principal, con una rampa a la derecha y unas escaleras a la izquierda. Por uno de los lados, la fila de jóvenes que esperaban a que el centro abriera sus puertas recorría la Rúa dos Feáns y bordeaba la esquina. «No se veía el final», puntualiza Ismael. Ellos tuvieron la suerte de que, con los ojos bien abiertos, se fijaron en la entrada de la izquierda, que hasta el momento había pasado más desapercibida. Llegaron a las 08.24 de la mañana y consiguieron situarse justo donde terminan las escaleras del propio edificio, unas que, tal y como describe Paola, son «bien anchas» y estaban ocupadas «de lado a la lado, con unas cinco personas por fila». «Al final, la cola por ese lado llegó hasta la carretera que cruza el campus», asegura Ismael. Pasaron cinco minutos en la fila hasta que abrieron las puertas, a las ocho y media de la mañana, y quince más hasta que accedieron al interior del edificio, que fue, más o menos, a las nueve menos cuarto. «Y eso que fuimos de los que primero accedimos», puntualiza.
Aseguran que ambas filas, la de la derecha y la de la izquierda, se iban alternando para pasar, y que aunque ellos no tardaron en cruzar la puerta, encontrar tres sitios que estuvieran pegados les fue complicado. «Cuando llegamos ya casi no quedaban, pero pasaron cinco minutos y toda la gente que fue a dejar los apuntes se había marchado ya», asegura Paola, dejando constancia de la moda de guardarle la plaza con folios, bolígrafos y hasta post-its pegados sobre la mesa a los compañeros que llegan más tarde. Ellos, que por tranquilidad prefieren la planta de abajo —si se quedan en las de arriba escuchan a las personas subir y bajar constantemente—, tuvieron que ponerse en la primera. En la segunda, que fue la otra en la que miraron, ya no había sitio.
El motivo detrás de las colas que se forman los fines de semana en la Conchi antes de que abra sus puertas, a las ocho y media de la mañana, es que solo hay una biblioteca más en el campus sur, la de Dereito, que abre los sábados y los domingos. Hay otra en campus norte, la de Económicas, aunque queda más alejada para la gran mayoría de los estudiantes de Santiago, que viven en el Ensanche. Las aulas de las facultades cierran ambos días, reduciéndose considerablemente las plazas con respecto a las que hay disponibles entre semana. Aunque las imágenes impacten, en meses como el de enero, clave para preparar los exámenes finales, es habitual ver colas a primera hora de la mañana. «El sábado, que llegamos a Dereito a las nueve —abre, al igual que la Conchi, a las ocho y media— ya no había sitio en el aula grande. En las pequeñas costaba encontrar sitio para una persona, y nosotros éramos dos. No pudimos estudiar en la biblioteca, nos tuvimos que ir a casa de vuelta», expone Paola, asegurando que «estaba prácticamente vacía, pero con folios» en los sitios.
«Cuando vimos la cola, dijimos: "¿En serio que nos levantamos a las siete y media de la mañana para venir a la biblioteca y nos vamos a tener que ir a casa a estudiar otra vez?"», lamenta Ismael. Paola, que no suele estudiar en bibliotecas, asegura que «la experiencia no la repetiría». «Yo, cuando estaba esperando por ellos, les estaba diciendo: "Por favor, bajad ya, que me estoy agobiando". No paraba de pasar gente corriendo en dirección a la Conchi», recuerda Sara sobre la mañana del domingo. Ahora, esperan no tener que volver a vivir ese agobio la próxima vez que quieran preparar sus exámenes finales en alguna biblioteca.