Han ido pasando las generaciones, pero el examen se mantiene. La sensación que se tiene es la de pasar una frontera. Es el primer día en el que te sientes como un joven adulto. Supongo que influye hacer el examen en unas aulas de la universidad en una ciudad que, a veces, ni siquiera es la tuya. No están en el aula tus profesores, los que te acompañaron desde niño. Abuelos, padres y hermanos mayores hablan de la dureza de la reválida, de unos míticos exámenes orales donde no había piedad y el latín era trágico. Detrás fuimos nosotros, los de la EGB, con la selectividad. Todo el mundo se acuerda del tiempo que hacía, como en las grandes ocasiones. E incluso de lo que había hecho el día anterior. Pasar con media clase el día en la playa de Bastiagueiro jugando al fútbol y bañándote. O yendo a ver las casi tres horas de película de La pasión de Camille Claudel. Nadie se olvida de lo que rodea al rito por el que acaban de atravesar los de la ABAU en Galicia.
Dice Bret Easton Ellis que él pasó de niño a adolescente y a adulto en Los Ángeles viendo películas de terror de finales de los setenta y de los ochenta. Tiene razón. Sabe de lo que habla. Ver a escondidas esas películas tremendas, donde el gore era gore de verdad, te hacía sentir mayor de golpe, si aguantabas. Había amigos que no podían con tanta motosierra. Dice Easton Ellis que hay que distinguir entre el terror sin piedad de La cosa, de John Carpenter, y Alien, de Ridley Scott. A esas edades de cruzar límites no te interesa el arte, quieres crudeza para probar y probarte. «Alien no es solo una película de miedo, sino también una pesadilla lujosa y sin aristas que termina (va espóiler) de forma tranquilizadora, con el monstruo muerto y Ripley y el gato que rescata volviendo sanos y salvos a la Tierra. En cambio, La cosa no ofrece el mismo consuelo», explica Ellis. Son edades para fijar terrores nocturnos y diurnos.
Varias jornadas de examen en un lugar distinto para cambiarte el ritmo y sentirte diferente. Son estaciones de paso necesarias. Acaban de salir las notas de junio. Ahora empieza para muchos una disparatada carrera de plazos y de asignaturas que ponderan y no ponderan, incluso según autonomías, otro síntoma del surrealismo español. Décimas que no son de fiebre y que marcarán que un chaval pueda estudiar o no su anhelada y buscada vocación de ser médico. Se terminó el patio del recreo. Se terminó papá o mamá a la puerta esperando en el cole. La siguiente estación será la universidad. Hoy se pueden curtir por desgracia con todo tipo de barbaridades a las que acceden libremente desde su tercera mano, la pantalla del móvil. Antes nos hacíamos mayores con las películas de terror y de Emmanuelle y leyendo de madrugada con los ojos espantados Carrie, de Stephen King. Teníamos la sensación de que la sangre se escurría por las páginas del maestro del terror y nos empapaba las sábanas. No sé si era más difícil la reválida, la selectividad o la ABAU. Solo sé que hay un antes y un después de pisar ese territorio hacia el futuro.