El nuevo trabajo de Álex Pina y Esther Martínez Lobato, creadores de «La casa de papel», se devora, pero deja el cuerpo tibio. Todo muy bonito, si, pero mucho de melodrama y ni rastro de «thriller»
16 feb 2019 . Actualizado a las 09:28 h.El problema fueron las expectativas. Que si un «thriller emocional» de los creadores de La casa de papel, mayor fenómeno mundial de la ficción española tras convertirse en la producción de habla no inglesa más vista de Netflix -plataforma que se acerca vertiginosamente a los 150 millones de usuarios-. Que si una serie «hecha para sentir», «para romper prejuicios», «para cambiar el foco». Que si, en palabras de su distribuidora internacional, la alemana Beta Film, «el título europeo más esperado del año». A dónde vas, Barrabás.
Partiendo, eso sí, de una muy atractiva premisa -una mujer descubre, tras el suicidio de su marido, que su aparentemente feliz matrimonio (y de paso toda su vida) no eran más que una monumental mentira-, el resultado deja sin embargo el cuerpo tibio. Queda el esqueleto bamboleado de tanta regresión y algo desconcertado también, porque, vaya, nos esperábamos otra cosa, genios del suspense, y se nos ha servido un melodrama muy exquisitamente marinado, sí, pero un culebrón en toda regla. ¿Y el thriller para cuándo? Quizá para la segunda temporada, que resulta que ya está rodada y bien empaquetada.
La trama de esta historia de amor a tres está coja y es poco creíble, pero mira que no hay cuentos inverosímiles que consiguen rechiflarnos; aquí, sin embargo, no cuela. Tiene más de emocional que de angustia e incertidumbre, y mucho de experimentación, de reconsideración -¿es posible querer (querer románticamente, amar) a dos personas al mismo tiempo?-, pero el tema, lamentablemente, se queda achicado. Un quiero y no puedo.
Luego está Verónica Sánchez, que es Alejandra, Alex, escrupulosa arquitecta, metódica, obsesiva y perfeccionista esposa viuda sobreactuada a más no poder y metida en un papel que, además, puede que sea el peor de toda esta telenovela; desde luego, con el que menos se empatiza -¿pero quién reacciona de esa manera?-.
Álvaro Morte es Óscar, su marido, ingeniero de finanzas e infiel que estira la pata en el primer capítulo, pero como el asunto es saber por qué murió -o quién lo mató- se mantiene como protagonista durante todo el relato. Está bien Morte, pero solo bien, a secas, y además es como si el Profesor hubiese echado la llave a su ruinoso garaje de La casa de papel para mudarse una temporada a la capital valenciana y, de vez en cuando, escaparse al campo para echar una cana al aire. La sombra es alargada.
A favor tenemos a Irene Arcos, Verónica, la amante de la Albufera y tercer vértice del triángulo, un personaje salvaje e independiente, un largo rato interesante que, además, está bordado, fabulosa Arcos con esos rizos al viento y pose de fiera, y a Cecilia Roth, en la piel de la madre de Alex, minipunto para esta bárbara que eleva considerablemente la ficción.
El lugar, otro personaje más
Si algo es digno de reconocimiento es también el lugar, protagonista más, si no el principal: como en La isla mínima, el espacio acapara aquí toda la atención. Contribuye a ello una factura visual impecable, una fotografía estudiada con mucho esmero. Hay en El embarcadero dos universos estrictamente diferenciados: el de Alex y el de Verónica; el primero identificado con la ciudad, la Valencia de la arquitectura postmoderna, la luz azulada, las formas rígidas; y el segundo, con la Albufera, cálida, aireada, atrevida y libre.
Y suma la música y la cabecera -la canción Coyotes, de Travis Birds-, pero resta la narración, ambiciosa: aspira, quizá, a ser demasiado innovadora, sin un punto de vista concreto -ni siquiera variando de uno a otro como bien hace The Affair-. La idea de narrador omnisciente no acaba de funcionar; preocupado mucho por determinados matices -hay un esfuerzo evidente por que el espectador no juzgue a Óscar-, pero descuidando otros -poco entendemos de esa adolescente desubicada en la trama, intuimos solo algo de por qué Verónica es así y absolutamente de nada del vínculo entre Óscar y Álex-.
Se devora. Eso también.