La serie, que documenta con fidelidad la catástrofe, es probablemente una de las mejores de la historia
29 jun 2019 . Actualizado a las 10:31 h.Llegó justo cuando terminaba Juego de tronos y los seriéfilos lloraban por las esquinas la grave pérdida; la propuesta Chernobyl era tan diametralmente opuesta que parecía una serie abocada a conquistar solo a un puñado de avispados amantes de la docurrealidad, pero esa sensación duró solo cincuenta minutos.
Tras ver el primero de los cinco espeluznantes episodios en los que el showrunner de HBO Craig Mazin (cuya carrera incluye sorprendentemente guiones como Scary Movie, Los ángeles de Charlie y Resacón en las Vegas) cuenta la tragedia nuclear más grave del siglo XX, ya no hubo dudas: Chernobyl es, probablemente, una de las mejores series de la historia.
De hecho, la web especializada IMBD registraba un altísimo respaldo de 9,5 puntos (sobre 10) al primer capítulo, pero los siguientes rozaron los diez puntos. El tercero, Tierra, ábrete, es un prodigio de emoción, mientras se aprietan los dientes para contener la rabia.
Anoche, HBO emitió el último capítulo de una historia cuyo final, demasiado tristemente conocido, es el juicio que condenó a diez años de trabajos forzosos a tres técnicos responsables. Como colofón, los planos finales son tomas documentales auténticas y añade algunas reflexiones y explicaciones sabidas, pero pertinentes en este trabajo de memoria que es la magnífica serie.
Chernobyl empieza dos años y un minuto antes del accidente, justo cuando un hombre demolido, y demacrado, se quita la vida tras esconder unas cintas de casete en las que ha grabado una confesión. Es Valeri Legásov (Jared Harris), el científico que se dejó la vida, literalmente, para minimizar los efectos de una explosión que nunca debió ocurrir.
Con él, el vicepresidente del poderoso Consejo de Ministros de Mijail Gorbachov Boris Shcherbina (Stellan Skarsgard), que primero negó la gravedad de los hechos y después fue el respaldo imprescindible de Legásov; una pareja que no solo funciona, sino que conmueve y transmite.
Con una documentación tan profusa como precisa, Craig Mazin ha recreado a estos personajes, que vivieron de verdad la tragedia, y se inventa uno, Ulana Khomyuk, a la que da vida Emily Watson, que sintetiza a las decenas de científicos que ayudaron a Legásov y simboliza la necesidad de entender de la comunidad científica.
Ahí están también la desesperación de Legásov ante la inoperancia de los dirigentes y sus decisiones «arbitrarias y sin fundamento», y también lo contrario: la esperanza que transmiten los mineros de Tula cuando deciden ayudar, aún sabiendo que van a una muerte segura. Y el plano de esos cien hombres desnudos combatiendo los cincuenta grados a los que excavan bajo tierra.
La inocencia de los vecinos de Pripyat viendo la explosión bajo una lluvia de cenizas radiactivas -murieron todos en los años siguientes-, la inconsciencia de una embarazada que abraza a su marido contaminado o las mentiras del aparato para maquillar lo inevitable. «Mucho cuidado con humillar a un país que vive obsesionado con que le humillen», observa uno de los militares.
A todo ello contribuye la espectacular puesta en escena, sobria y realista -a pesar de estar rodada en inglés, mantiene los mensajes originales en carteles y pancartas gigantes colgadas de los edificios, tan del gusto del Komitern-, y los trabajos de maquillaje, vestuario y ambientación.
Chernobyl parece una pesadilla, pero no lo es. Y lo que paraliza al espectador es que todo ocurrió, y sólo hace 30 años: La central atómica de Chernóbil, en el norte de Ucrania, explotó el 26 de abril de 1986 liberando material radiactivo por toda Rusia, Bielorrusia y Ucrania, y llegó a Escandinavia y Europa del Este.
Hubo más de 4.000 muertos, entre ellos, un centenar de bomberos y personal de emergencias que -como muestra la serie- casi se inmolaron por el bien común; los espectadores que pueden hacer memoria sobre los informativos de la época, quedan mudos, y tragan. Pero en Chernobyl no cabe al sentimentalismo, tan solo una profunda tristeza que se tiñe de rabia por momentos.
Y si su espectacular atmósfera postapocalíptica hace que, a veces, el espectador piense que sólo es una ficción, Legásov le baja, de nuevo, a la tierra: tras la explosión, quedaron contaminados 2.600 kilómetros alrededor de Chernobil y hubo que asolar (no quedaron ni árboles, ni rocas, ni animales, ni personas) cien kilómetros cuadrados.
La miniserie, coproducida con Sky, se estrenó el pasado 7 de mayo en España y está ya disponible, completa, en HBO.