El vigués, que es uno de los grandes nombres de la ficción española, estrena en Movistar+ la serie que muestra qué ocurriría sin electricidad
05 oct 2022 . Actualizado a las 15:24 h.No es muy conocido para el gran público, pero el nombre de Fran Araújo (Vigo, 1980) está detrás de los éxitos más rotundos de la ficción original de Movistar+, de la que es productor ejecutivo. A pelotazos como Hierro, La unidad, Arde Madrid o El embarcadero le suma ahora su último estreno en la plataforma, Apagón. Cinco episodios dirigidos por cinco grandes directores, con actores y tramas diferentes, que Araújo plantea junto a otros guionistas. Otro proyecto potente firmado por el multipremiado creador, en el que retrata cinco universos diferentes que entran en crisis con unos personajes que han de adaptarse al temido apagón energético y tecnológico.
—Juntaste a algunos de los nombres más grandes del cine español. ¿Cómo se gestionan los egos a estos niveles?
—Sí, llamé a mis cinco soñados [los directores Rodrigo Sorogoyen, Raúl Arévalo, Isa Campo, Alberto Rodríguez e Isaki Lacuesta]. Pero la de los egos fue la parte fácil. Lo difícil es que es gente muy exigente, y eso hace que la producción también lo sea. Y lo realmente complicado es coordinar las agendas. Pero sobre el tema de los egos, te diría que la mejor gente con la que he trabajado nunca, es con la que resulta más fácil trabajar. Suele ser al revés. Habitualmente, la gente más mediocre es con la que luego cuesta más trabajar, porque tienen problemas de inseguridad, de autoestima y demás.
—¿Qué sería lo peor de un apagón?
—La extrema necesidad. El apagón sucede de una manera muy rápida, entonces no habría tiempo de informar bien a la población, por lo que tardaríamos mucho en reaccionar. Y en el tiempo que tú tardas en reaccionar, se deteriora la realidad muy rápido. Por ejemplo, dentro del piso de cada uno de nosotros hay una bomba eléctrica que bombea el agua hacia arriba, con lo cual dejaría de funcionar el agua corriente en las casas. Hay un montón de problemas añadidos que van más allá de si tengo luz o no, si tengo móvil o no… El tiempo que tardaríamos en asumir que la realidad ha cambiado y adaptarnos a ella, ese es el gran temazo. El agua y la comida serían el gran problema.
—De nuevo, lo básico.
—Sí, de algún modo nos coloca. Nosotros que vivimos en una sociedad tan acelerada, en la pandemia también acabamos colocando el orden de prioridades en su sitio. Hay muy pocas cosas importantes.
—Siempre apuestas por ofrecer algo diferente. Ya se vio en series arriesgadas, como «La Unidad» o «Hierro».
—Sí, es así. De hecho que lo identifiques me hace sentirme muy orgulloso, porque es tan difícil… Cada año, dices: '¿Y ahora qué vamos a hacer para no repetirnos?'. Con Apagón buscamos eso. La idea más común, que hubiese sido hacer una antología, fue la primera que se descartó. Es mucho más cómodo decir: 'Tienes este dinero, escribe lo que quieras'. Pero claro, el esfuerzo es: 'Vamos a hacer de verdad una serie que se sienta como única'. El riesgo tiene como un premio extra. Cuando te la pegas, te la pegas mucho, pero cuando sale, es muy grande.
—Los catálogos son interminables. ¿La gran batalla ahora es que el espectador elija la serie antes de verla?
—Es literalmente así, la gran batalla que hay es esa. Cada fin de semana hay un artículo de: «Las once series que tienes que ver este fin de semana». La batalla es que de las once, la que veas sea esta. Porque al final, el tiempo que tenemos todos es limitado, y el tiempo que estás viendo la televisión no estás con tus amigos, o con tus hijos, o en el cine, o cenando… Es tiempo de ocio que estás quitándole a otra cosa.
—¿Aquellas comedias blancas familiares han pasado a la historia? Parece que todo tiene que superar a lo anterior, con tramas retorcidas y personajes atormentados.
—Hay de todo. Ahora mismo la sensación que yo tengo es que las plataformas que venían a hacerlo todo, al final están haciendo lo de antes. El contenido es más mainstream, más blanco, más comercial, menos arriesgado en general. Y a la vez, eso convive que lo que tú dices, que para llamar la atención, los extremos también se han vuelto más extremos. Pero lo familiar está ahí. Yo creo que se ha transformado en otras cosas, aunque cuando haces 15 o 20 series al año hay que hacerlas para todo el mundo.
—Eres uno de los culpables de que muchos quisieran ser periodistas en su día [inició su carrera en la serie «Periodistas».
—Sí, bueno, ¡y yo mismo! Ja, ja. Yo creo que acabé siendo periodista también por culpa de la serie, así que yo soy víctima y un poco culpable. ¿Sabes que aumentó un 200 % la matriculación en Periodismo? De hecho yo no entré en la Facultad de Santiago porque la media había subido tanto que me quedé un 0,02 detrás, y me tuve que ir a estudiar a Salamanca. En parte, fue culpa de la serie.
—¿Para qué actor o actriz gallegos te gustaría escribir algo?
—Pues mira, me flipa María Vázquez, que está en Apagón y para mí fue una alegría que estuviese. Y no sé, hay gente buenísima en Galicia. Nunca he escrito nada donde estuviese Tosar, eso sí me gustaría. Pero no suelo pensar en la gente para la que escribo, aparecen más tarde. No necesito tener la cara del actor. Aunque en Rapa es verdad que Javier Cámara apareció, y ayudó mucho. Hay muy pocos actores como él.
—En «Rapa» barriste para casa, pero quisiste darle una vuelta al concepto de Galicia como pueblo cerrado y lluvioso.
—Sí, esa fue una cosa que Pepe [Coira, guionista] y yo, cuando hicimos Hierro, nos dimos cuenta de que estábamos haciendo un esfuerzo brutal para retratar muy bien y ser muy realistas con un espacio que no conoces y que tienes que esforzarte por documentarte, compartir todos los guiones con canarios para que te digan esto sí y esto no… Y dijimos: 'A ver si al acabar Hierro nos podemos ir a casa y ahorrarnos toda esta documentación', ja, ja. Galicia ha sido retratada desde el tópico muchísimas veces, y pensamos: 'Vamos a intentar contar una historia de Galicia como sitio normal, con gente normal en una vida normal'. Nos lo pasamos muy bien, y a mí me dio para reencontrarme con muchas cosas, porque llevo mucho tiempo fuera. Yo me fui a Madrid a los 18 y ya no volví.
—Cuando te fuiste la industria se concentraba en Madrid y Barcelona, pero Galicia se ha convertido en una fábrica de premios Goya.
—Ha habido un cambio brutal, se han demostrado muchas cosas, pero además Galicia tiene una peculiaridad que es muy interesante, y es que ha sido cantera de muchísima gente gracias a que ha habido una inversión pública seria en ficción, que no en todas las comunidades ni en todas las televisiones públicas se ha hecho esa apuesta tan clara.
—¿Cuántas puertas abren los premios? Tú tienes unos cuantos...
—Te escuchan con otra actitud, y eso es fundamental.
—¿Y qué manías tienes a la hora de sentarte a escribir?
—Los guionistas no tenemos tanto espacio para hacer esas cosas. Yo escribo de pie, sentado, en mi mesa, en hoteles, en el coche, en el avión… No tengo ningún tipo de necesidad extra. Aparte, es que escribí en las situaciones más absurdas. Pero con esa parte romántica de escribir en la cafetería, sí que no puedo. Necesito estar solo y muy concentrado.