«Industry» (T3): los juegos del hambre de los cocainómanos de oficina

La tercera temporada del drama financiero Industry, que se puede ver en Max -HBO-, se abre tan aceleradamente que el ímpetu, más propio de un broche que de un arranque, solo puede suponer una declaración de intenciones: así es, no defrauda. Ni uno de sus ocho episodios resulta narcótico, y eso es mucho —pero mucho— decir de una serie sobre banca de inversión. Los jóvenes recién graduados de este «sálvese quién pueda en la City londinense» siguen exudando la misma ambición que el primer día y bastan un par de secuencias para entrar de lleno en esa espiral suya de aquí te pillo aquí te mato, polvo blanco a raudales y compraventa de acciones.

Veinticuatro episodios después, seguimos sin tener ni la más mínima idea de cuál es la labor que desempeñan Harper (Myha'la Herrold), Robert (Harry Lawtey), Yas (Marisa Abela), Rishi (Sagar Radia) o Eric (Ken Leung) —¿qué demonios es vender en corto?—. Poco importa. Fascinados con su jerga incomprensible, deducimos qué traman, intuimos la ejecución y, si finalmente la jugada sale redonda, cantamos posiciones —como ellos— en pleno éxtasis, contagiados, rematadamente enajenados. Atender a lo que les pasa a estos chavales enfiestados, tan adictos al estímulo como sus jefes al ejercicio del maltrato psicológico, es un pasatiempo agotador, pero satisfactorio, una suerte de entrenamiento mental hipnótico, delirante en su mecánica. Bajo el contexto adoquinado, sin embargo: el mar de sus melodramas —sentimentales y familiares—, lo verdaderamente impecable e implacable de Industry.

Mientras pintan rayas y bajan medias, los chicos Pierpoint siguen moviéndose entre el todo y la nada, permanentemente en la cuerda floja. Pierden la inocencia, venden hasta a su madre y acarician con la mano derecha mientras azotan con la izquierda. Así, de esta misma guisa, imagino unos juegos del hambre en las Big Four. Y me relamo.

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