Aznar convierte la boda de su hija en una colorista ceremonia de Estado

Alba Díaz-Pachín SAN LORENZO DEL ESCORIAL

SOCIEDAD

La celebración costó alrededor de 120.00 euros pagados a medias por las dos familias La presencia de Berlusconi y Blair dio fuste internacional a la ceremonia

05 sep 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

Sólo faltó la realeza europea y los miembros de la oposición política. Los demás eran los mismos invitados que hubieran asistido a la boda de una infanta o a la del Príncipe Felipe, si es que se celebra. Toda una ceremonia de Estado en un marco emblemático: el monasterio de San Lorenzo del Escorial y con el plus añadido que aportaron Berlusconi y Toni Blair. José María Aznar no reparó en gastos para celebrar el enlace de su hija Ana con Alejandro Agag. Unos 120.000 euros costeados por las dos familias. Incluso se permitió el lujo de retrasarse diez minutos a pesar de tener a los reyes esperando. Pero una novia es una novia y Ana Aznar lo fue con su vestido de blanco manchado, manga hasta el codo y escote corto; tocado de flores y larga cola. Cuarenta minutos antes había llegado el novio, Alejandro Agag, conduciendo su propio todoterreno en el que transportaba a su madre. Agag apareció de chaqué, con un chaleco amarillo que le dio un toque de color a su sobrio atuendo. Antes habían llegado al monasterio una nutrida representación de la vida española: desde José Antonio Camacho a Emilio Ybarra, desde Raphael a Isabel Preysler y, por descontado, todo aquel que es o ha sido en el Partido Popular. Eso sí, de la oposición, no había ni rastro. Blair y Berlusconi no tuvieron que hacer el paseíllo que cubrieron la mayoría de invitados y que se convirtió, por los adoquines, en una tortura para las señoras. Dentro del claustro, a Ana Botella, toda de malva y con unas onditas alegrando su clásico peinado, se la vio algo nerviosa al lado del temple que mostraba el novio. La esperaban un millar de invitados y la ceremonia más pomposa del año. Todo contra la austeridad que ha mostrado su familia y que ayer se desbocó para dar al país una boda a medio camino entre el glamour más rancio y la alta política europea.