Lo advierto: esto no es una crónica del corazón. Si escribo del «cese temporal de la convivencia matrimonial» de los duques de Lugo, solo es porque doña Elena es hija de quien es. Esa noticia es un suceso privado, aunque supere el ámbito de la crónica sentimental. No tendrá ni tiene por qué tener repercusión en la vida pública ni en el funcionamiento institucional. Pero es un hecho muy relevante para los sentimientos de los Reyes de España, en cuya familia nunca se ha producido un divorcio.
De esos sentimientos quiero hablar. Lo más fácil es decir que la monarquía española también atraviesa su particular annus horribilis, en expresión que utilizó la reina de Inglaterra. A los desamores que sufrió don Juan Carlos con la quema de sus retratos, se añade ahora la tristeza del fracaso matrimonial de su hija primogénita, por quien el Rey siente un especial cariño. Todos estamos preparados para un disgusto de ese tipo. Muchos lo hemos vivido en primera persona. Y todos los que hemos pasado ese trance sabemos el trauma familiar que supone, muchas veces superior al que sufre la propia pareja.
Por lo tanto, la primera disposición del cronista es la de acompañar a la familia real en uno de los momentos íntimos más duros y difíciles. La segunda, anotar que esto ocurre cada día con más frecuencia, y nadie se libra. La separación y el divorcio no distinguen clases sociales, ni rangos políticos, ni familias. Una reciente estadística dice que cada cuatro minutos se produce un divorcio en España. Otra, más reciente todavía, asegura que por cada dos bodas ya se producen 1,5 separaciones. La infanta doña Elena es, en este sentido, un caso más, aunque sea el más relevante. La familia real ha entrado en la normalidad del país.
Por lo demás, el anuncio de ruptura ha venido a confirmar los rumores. Se llegó a decir que se produciría después de la boda del Príncipe de Asturias. Creo no exagerar si digo que todos los espectadores de determinados programas de televisión hemos estudiado cada uno de los gestos de la pareja en los actos a los que acudían juntos. Hemos tratado de auscultar el significado de la ausencia de Jaime de Marichalar en un viaje de doña Elena con su hermana a Croacia. Y los llamados mentideros anotaban la distancia del matrimonio en encuentros y reuniones de amigos.
Quiero decir que esta noticia no ha sorprendido a casi nadie, aunque impresionó a casi todos. Y quiero entender que esa expresión de «cese temporal» define una situación transitoria que las personas normales planteamos como «darnos un tiempo». Casi nunca funciona, pero es la oportunidad que nos damos. Quizá la Casa Real necesite una especie de divorcio por etapas, para hacerla más digerible. Quizá necesite hacerse a la idea de que, en cuestiones de convivencia, no son ninguna excepción. O quizá necesite que los demás nos hagamos a la idea de que la familia Borbón tampoco se libra del fracaso matrimonial. Allí, en la Zarzuela, no se improvisa nada. Tampoco esta forma de comunicación.