Es la última de una larga lista de plebeyas que, como en los cuentos de hadas, pronuncian un sí y les cambia la vida. Para bien, se entiende. Charlene disfruta de sus últimos días de soltera. También del Wittstock que la acompañó desde que vio la luz en enero de 1978 en la localidad sudafricana de Bulawayo. Perderá su apellido y adoptará el del pequeño principado que la convertirá en princesa, en alteza serenísima, en primera dama de Mónaco. Se acabó con el «sí, quiero» rendir pleitesía a las hermanas de Alberto de Mónaco.
Las reverencias, ahora, serán en sentido contrario. Lo marca el protocolo. Carolina y Estefanía le cederán el paso. Desde que Charlene inició su noviazgo con el príncipe monegasco, el empeño por compararla con Grace Kelly, que cambió guiones por joyas Cartier, ha sido continuo. En cuanto a parecido físico, puede; en cuanto a realidad social de la actriz, poco o nada.