El exmandatario, asesinado hace 50 años, logró capturar en palabras las esperanzas y temores de la gente como ningún otro presidente
18 nov 2013 . Actualizado a las 18:43 h.Los estadounidenses, a menudo divididos sobre el legado político de John F. Kennedy, casi no difieren sobre la fina retórica del asesinado presidente. Fragmentos de sus discursos permanecen grabados en la memoria de un país que aún se emociona por la majestuosidad de sus palabras.
El don del líder demócrata para pronunciar discursos elegantemente elaborados ya fue evidente desde su toma de posesión el 20 de enero de 1961, pocas semanas después de su histórica elección. En un día helado, bajo un brillante cielo azul, Kennedy realizó un inspirado llamamiento a sus compatriotas, una llamada a la acción que todavía se recuerda a día de hoy. «Ahora la trompeta vuelve a llamarnos», recitó el entonces mandatario, urgiendo a sus conciudadanos a unirse «a la lucha contra los enemigos comunes del hombre, la tiranía, la pobreza, la enfermedad y la propia guerra». Y en uno de los fragmentos más conocidos -una de las frases más citadas en los discursos políticos- Kennedy proclamó: «Así que, compañeros estadounidenses, no pregunten qué puede hacer su país por ustedes; pregunten qué pueden hacer ustedes por su país».
Esas inmortales palabras están grabadas en piedra frente a su tumba en el Cementerio Nacional de Arlington, en Virginia. Los historiadores ubican este discurso en segundo lugar entre los mayores ejemplos de la oratoria estadounidense del siglo XX, después del afamado «Tengo un sueño» («I have a dream») de Martin Luther King Jr. Los de Kennedy parecían ser pronunciados en los momentos más críticos para la nación. Una de esas ocasiones fue el 25 de mayo de 1961, cuando el trigésimo quinto presidente de EE.UU. llamó a los ciudadanos a sumarse a la lucha de la nación para ganar la carrera espacial, en un momento en el que Estados Unidos se estremecía ante la inesperada noticia de que la Unión Soviética había puesto en órbita el satélite Sputnik. «Creo que esta nación debería comprometerse para lograr el objetivo, antes de que acabe esta década, de colocar a un hombre en la Luna y traerlo a salvo a la Tierra», desafió el mandatario en un discurso recordado más por su capacidad para atrapar la atención del país e inspirar la acción que por su retórica inflamada.
El 10 de junio de 1963, Kennedy dio un discurso de graduación en la American University de Washington, varios meses después de la crisis de los misiles con Cuba, en el que anunció el inicio de negociaciones sobre armas nucleares con la Unión Soviética. «Ningún problema del destino de la humanidad está más allá de los seres humanos», sentenció entonces JFK. Dos semanas después, el 26 de junio de 1963, inmortalizó la frase «Ich bein ein Berliner» («Yo soy berlinés») en la escalinata de la Rudolph Wilde Platz, ofreciendo el apoyo de Estados Unidos a la enorme multitud que se había congregado en la dividida ciudad alemana.
Al lograr capturar en palabras las esperanzas y temores de la gente como ningún otro presidente, salvo tal vez Abraham Lincoln, los historiadores coinciden en que las palabras de Kennedy tenían la auténtica capacidad de conmover el alma y modelar la oratoria política inspiradora. Dueño de un innegable encanto, carisma y apariencia de estrella de cine, Kennedy también poseía algo más: la habilidad de usar la aliteración y un sentido innato para dar el giro adecuado a una frase. También era capaz de capturar en palabras los sentimientos de la nación, con un infalible talento para saber exactamente qué necesitaban los estadounidenses escuchar de su presidente en un momento determinado. «No solamente estaban bien elaborados y bien pronunciados, tenían además un impecable sentido de oportunidad», dijo Thurston Clarke, autor de Ask Not , una monografía sobre la toma de posesión de Kennedy.
El estilo retórico del joven presidente ha sido a menudo imitado por sus sucesores, desde Richard Nixon, Ronald Reagan hasta Bill Clinton y George W. Bush, que nunca consiguieron sin embargo igualarlo. Los estudiosos de la vida y el legado de Kennedy aseguran que el asesinado presidente tiene mucho que agradecer a Ted Sorensen, su principal escritor de discursos, por buena parte de la brillantez de los mismos. «Ted había estado trabajando con JFK desde 1953. En el momento en que llegó a la Casa Blanca era su asesor más cercano con excepción del hermano del presidente», dijo Adam Frankel, exescritor de discursos del presidente Barack Obama. «Un desafío para el escritor de discursos, quienquiera que estuviera en la Casa Blanca, es tener acceso al presidente», dijo Frankel. «Ted no tenía ese problema».
Siempre consciente de su imagen, Kennedy trabajó incansablemente en suavizar las durezas de su dicción bostoniana, y estudió grabaciones de Churchill para aprender lo más fino de la oratoria. «Quería que sus discursos tuvieran un impacto en el momento, pero también tenía la sensación de que estaba hablando para la posteridad», indicó Jeff Shesol, un historiador y exescritor de discursos del presidente Bill Clinton. No obstante, Kennedy no estaría tan complacido de saber que algunos creen que sus discursos, y no sus políticas, son considerados sus logros más significativos. «Seguramente estaría orgulloso del hecho de que sus discursos sean tan recordados», dijo Shesol, «pero no a expensas del trabajo que hizo».