Hoy hace cinco años que se conoció el primer diagnóstico de la enfermedad en España; la gallega, que se convirtió en la primera infectada fuera de África, asegura que en este tiempo nadie se ha interesado por ella
07 oct 2019 . Actualizado a las 15:48 h.Hoy hace cinco años que se conoció el primer diagnóstico de ébola en España, fue entonces cuando Teresa Romero se convirtió en la primera infectada fuera de África. Varias veces estuvo al borde de la muerte durante el mes que permaneció ingresada en el Hospital Carlos III de Madrid, el mismo en el que trabajaba como auxiliar de enfermería y en el que se contagió mientras atendía a dos religiosos españoles, repatriados desde el continente africano por la enfermedad.
«Fue duro, pensaba que me iba a morir y hubo un momento crítico en el que incluso les dije a los compañeros que me ayudaran a morir, pero luego ya lo que pensaba era salir, salir y salir, mi idea era esa, era mi único pensamiento», asegura Romero, quien en declaraciones a Efe reconoce que está intentando pasar página. «De todo se aprende, aprendes a seleccionar, vas dejando atrás lo que no te aporta», explica quien ahora trabajan en la farmacia del mismo hospital en un puesto adaptado, porque «por salud laboral» pidió el cambio.
«No quería estar en contacto con los pacientes; cuando me reincorporé había pasado año y medio y todavía lo tenía reciente, tenía muchas secuelas psicológicas de lo vivido», razón por la que ha estado recibiendo terapia «hasta hace poco», que ella misma ha sufragado.
Físicamente está bien, aunque sufrió durante el proceso de la enfermedad: «Al principio se me cayó el pelo y estaba muy cansada pero me he recuperado bastante bien, estoy mejor de lo que podría pensar». Romero insiste en que psicológicamente «estaba mal» y todo le parecía complicado. «La situación me generó tristeza, no entendía muchas cosas, estaba muy perdida, sentía mucha oscuridad», explica la gallega, que no llega a entender por qué se le intentó echar la culpa. «Eso fue lo más duro; parecía culpable por haberme contagiado». «Todo fue muy falso, muy inventado para tapar no se qué», concluye.
Sobre la forma en que se contagió, Teresa no sabe todavía la causa. «Falló y punto. No tengo respuesta. A lo mejor lo que tendría que haber hecho es tomar otra medida del tipo: 'No entro y no me contagio'».
Romero se había presentado voluntaria para atender a los religiosos al igual que otros compañeros, algunos de los cuales «se echaron para atrás» porque había miedo y desconcierto. No fue su caso, ella siguió adelante sin plantearse que podía contagiarse.
Y recalca que no se arrepiente. «Lo hice porque quise, hice lo que tenía que hacer en aquellos días, intentamos atenderles como mejor supimos y desafortunadamente tuve un accidente que no sé cómo sucedió. Si yo misma no lo sé, nadie lo puede saber, ni nadie me puede señalar». Sin embargo, admite que echar la vista atrás no le resulta fácil: «No son buenos recuerdos, no me refiero al contagio ni a la enfermedad, sino el trato recibido; eso ha sido mi losa». En sus palabras, pone en evidencia al exconsejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid Javier Rodríguez, a quien demandó por acusarla de haber ocultado información sobre su estado de salud, una batalla judicial que perdió.
«Él fue un payaso y dijo una serie de cosas públicamente que no sé a qué venían». Pero también apunta más alto: «Un ministro o un presidente del Gobierno, yo voy por ahí. Trajeron a los misioneros y una persona se contagia porque ha estado en contacto con ellos, entiendo que el Gobierno tuvo que ser muy cuestionado y las declaraciones tienen que salir de ahí. ¿Y cómo me desacreditan? Pues echándome la culpa y es así como yo lo he vivido», sentencia.
Durante los 30 días que permaneció hospitalizada, 25 de los cuales estuvo aislada, no le permitieron tener teléfono ni ver la televisión, por lo que no fue consciente del impacto mediático que su caso generó, aunque fuese portada de periódicos e informativos. Solo pudo comprobarlo cuando abandonó el hospital: «La presión fue tremenda, que me preguntaran, que me conociera gente que no sabía quiénes eran».
Durante mucho tiempo Teresa decidió no coger el teléfono y tampoco quiso hablar con nadie. «Veía que lo que se estaba contando no era lo que yo estaba viviendo. Y pensaba: '¿Para qué voy a hablar? Me parecía absurdo'».
Ya ha pasado mucho tiempo, pero la gallega lamenta que no le hayan llamado para preguntarle cómo está o simplemente «comentar lo ocurrido». «Nadie de la Administración, nadie que esté en los despachos. En cinco años, ha habido silencio absoluto».