Viven a tan solo unos metros, pero llevaban tanto tiempo separados que, al reencontrarse, el abrazo fue inevitable
14 may 2020 . Actualizado a las 15:35 h.Nos lo dicen una y otra vez: cuidado con las distancias. Pero hay momentos en los que esa norma se nos escapa de las manos. Le ocurrió el pasado martes a Vanessa. Aprovechando la tarde de sol, había salido con su hijo a pasear y disfrutar del aire libre. Ya de regreso, cuando estaban a punto de alcanzar de nuevo el portal de su edificio, en el centro de Vilagarcía, el pequeño Christian se soltó de su mano y echó a correr con todas sus ganas. Había visto caminando por la acera, lentamente, a Manuel, el bisabuelo con el que solía compartir un rato todos los días. También él había decidido salir a tomar el aire primaveral tras el largo encierro al que nos forzó la pandemia. «Meu pequeno», murmuró el anciano, con los ojos llenos de alegría y los brazos del rapaz, de cuatro años, rodeando sus veteranas piernas. Vanessa, antes de volver a recuperar el control de la situación y romper el abrazo, tuvo que tragarse las lágrimas de emoción que le habían inundado los ojos ante la intensidad del inesperado reencuentro.
Fue un momento fugaz, pero a los dos protagonistas les supo a gloria. «No estaba planeado vernos. Pero vivimos en la misma calle y nos encontramos», cuenta la madre del niño, la nieta del anciano. De hecho, de su portal al de Manuel hay apenas unos metros: los que marca el ancho de la estrecha rúa Pablo Iglesias. «Vivimos casi en frente y alguna vez lo saludamos desde la ventana. Pero mi abuelo ya no está muy bien de la vista y hasta esa distancia se le hace mucha para poder vernos», relata.
Un encierro a solas
Así que durante el encierro forzoso, el anciano ha estado a solas consigo mismo, privado de las largas caminatas que tanto le gustan. «Varias veces le propusimos que se fuese con mis padres, que viven en su mismo edificio, pero siempre ha preferido estar en su casa», cuenta Vanessa. Sus padres, ella misma y su hermana se encargaron durante el confinamiento de llevar al anciano, que ama los paseos casi tanto como a su familia, todo lo que pudiese necesitar. «Para mí era muy triste ir a su casa... Lo veía pero no podía tocarlo, y eso es muy duro», confiesa.
Al otro lado de la calle, el pequeño Christian ha llevado el encierro en casa como casi todos los niños: con esa entereza y ese ánimo que tanto ha sorprendido a los adultos. Pero al ver al bisabuelo en la calle, pese a las indicaciones dadas por su madre antes de salir de casa, no pudo contener el abrazo tanto tiempo contenido. «[Manuel] tiene tres bisnietos y los adora, muere por ellos, y ellos por él también», dice Vanessa.
A Manuel y a Christian los separan 84 años de vida y una calle. Pero ambos confían en volver a verse pronto. «A ver si es verdad, si todo marcha bien. Mi hija cumple 14 años el día 24 y esperamos poder celebrarlo ya juntos, con los abuelos, el bisabuelo, mi hermana y su hija». Viven todos muy cerca. Pero en estos tiempos, incluso los más próximos han estado extrañamente lejos.