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Las dos hermanas ourensanas recibieron por primera vez desde la pandemia la visita de sus familiares
14 may 2020 . Actualizado a las 15:05 h.La vida pasa muy rápido cuando se llega a cierta edad y dos meses pueden ser toda una eternidad. María Teresa Vázquez Vázquez viajó en marzo del concello de Entrimo a Ourense, hasta el domicilio de su hermana Cándida, para no vivir sola el aislamiento. Desde entonces han estado juntas, en casa, pero sin la visita de sus seres más queridos. Ay, la familia. «La última vez que salimos, Maruja fue al Sintrom y yo a la frutería», recuerda perfectamente Cándida. Tienen 86 y 88 años, respectivamente, y al final, según afirma, lo de no salir no fue tan duro. «Lo que necesito es el abrazo de mis nietos, poder achucharlos. El ruido en casa», dice sin dudar. Aún recuerda y añora cuando uno de sus nietos se quedaba a dormir con ella, como si esto no fuera a suceder de nuevo: «Los hemos visto a través del móvil, pero no es lo mismo», corrobora.
Ahora han regresado las visitas, aunque con precaución. Sofía, su hija, asiente. Durante este tiempo solo ha podido dejar la compra diaria en el ascensor y verlas a lo lejos. Los días han pasado entre las conversaciones, la televisión y los crucigramas. Y, además, dando paseos por el largo pasillo de la casa. Cándida salió por primera vez a la calle este lunes, para ir al médico, acompañada de su hija, aunque tuvo que entrar sola en el centro de salud. Ese mismo día llamó a uno de sus nietos para que le arreglara un reloj en casa. Dicen que ella normalmente sabe hacerlo, pero que en esta ocasión le fue imposible. Quizás una excusa para poder disfrutar de su compañía. «No creo que salga mucho a pasear, aunque pueda», dice Cándida. Y Maruja añade: «Yo, hasta que se acabe todo, no salgo». El miedo todavía está presente.
Sofía Feijoo Vázquez vive en la misma calle que su madre, Cándida, a solo un portal de distancia. «Al principio, muy preocupada, porque pasé de estar con mi madre a todas horas a no poder verla. Todos los días les he hecho la compra, la he dejado en el ascensor y las he tenido que ver a cinco metros. Ahora es otra cosa, por lo menos avanzamos», relata la hija. Por eso, el simple hecho de pensar que pueden enfermar y quedarse solas en el hospital les estremece.
A Maruja le pesa más la distancia, pero no la social sino la kilométrica. Está deseando volver a Entrimo, a su casa y a su entorno. «Allí no hay ningún caso de coronavirus, pero claro ahora no nos querrán a los que vengamos de la ciudad», admite resignada.
-Mamá, yo me quedo un rato aquí con ellas -dice Félix, el nieto de Cándida.
Ella sonríe y espera la respuesta de la madre. Son las dos de la tarde y hay que comer.
-Ahora mejor no, otro día -dice Sofía entre la duda y el temor.