Confinado dos meses en un hotel de lujo: «Cada cinco días abro los 1.400 grifos del edificio»

SOCIEDAD

The New York Times se hace eco del particular caso de Daniel Ordóñez, director de mantenimiento del hotel W de Barcelona, que lleva dos meses aislado en su interior revisando que todo esté a punto para cuando vuelva a abrir
19 may 2020 . Actualizado a las 20:01 h.«Cada cinco días, Daniel Ordóñez abre los 1.400 grifos de este hotel». Así empieza su artículo Raphael Minder, corresponsal de The New York Times en España y Portugal. El edificio, apodado 'la vela' por la particular forma que el arquitecto Ricardo Bofill le dio, está ubicado en el barrio de la Barceloneta, volcado hacia el mar Mediterráneo y cuenta con unas instalaciones de lujo que hacen que el precio de una habitación roce por una sola noche los 1.000 euros -pasarla en el ático puede suponer más de 10.000-.
Durante los últimos dos meses, Daniel Ordóñez, lo ha tenido todo para él. Lleva confinado en su interior desde el 17 de marzo. Como director de ingeniería del hotel debe encargarse de que todo siga funcionando con normalidad para el día en que se produzca la reapertura. El titular del medio estadounidense, el que hace mención a la supervisión de los 1.400 grifos con los que cuenta el edificio, tiene una explicación que va más allá de la mera supervisión técnica. «Cada grifo tiene que estar en funcionamiento unos cinco minutos, por lo que la tarea me lleva un día completo. Probablemente sea la parte más aburrida de mi trabajo, pero es necesario», comenta en este artículo. El motivo es evitar la presencia de legionela, una bacteria que puede habitar en el agua a temperaturas superiores a los 35 grados y, de ser respirada, acabar produciendo neumonía.

No es por tanto el de Ordóñez, un trabajo menor. Como tampoco son menores los «privilegios» que supone ser uno de los pocos moradores del inmueble, junto a otros técnicos que trabajan con él. Así, vive solo en el piso 24 del hotel, disfrutando de unas vistas increíbles de la ciudad Condal. Si quiere hacerse la comida, tiene a su disposición una gigantesca cocina industrial, y reconoce al periódico neoyorquino que se ha acostumbrado a vivir allí, aunque para este hombre soltero de 37 años, la estancia iba a ser en principio de solo dos semanas: «Ha sido un poco extraño ver mis calcetines girar dentro de la lavadora de una gran lavandería, pero ahora también he tenido tiempo de acostumbrarme a eso».

Daniel Ordóñez ha sido el único inquilino continuo de esta mole de 100 metros de altura en las últimas semanas y aunque el día que toca abrir los grifos «no es muy divertido», reconoce que la experiencia ha sido «una gran manera de conectarse con lo que está sucediendo fuera».