Con tasas de contagio hasta 80 veces superior a las que aconseja la OMS para reabrir las escuelas, este barrio humilde de Madrid hace autocrítica pero protesta contra el abandono y los estigmas
19 sep 2020 . Actualizado a las 19:53 h.Si Puente de Vallecas se convirtiera en una ciudad, sería la decimonovena más poblada de España, por delante de capitales de comunidad autónoma como Oviedo, Pamplona, Santander o Logroño y de ciudades de la importancia de Granada, San Sebastián o Burgos. Pero Puente de Vallecas no es una ciudad, es un barrio de Madrid, con 240.000 habitantes que comparten solo 15 kilómetros cuadrados (Oviedo, por ejemplo, tiene 186) y que desde mañana sufrirán un confinamiento selectivo. Igual que otras 36 zonas de la Comunidad de Madrid, sus habitantes solo podrán salir, fundamentalmente, para trabajar o para estudiar de un perímetro fijado por el Gobierno regional.
La Puerta del Sol, donde el viernes por la noche se manifestaron contra las restricciones parte de los vecinos de Puente de Vallecas, está a menos de un cuarto de hora en metro, pero la Avenida de la Albufera y la M-30 marcan la frontera de un vecindario humilde, trabajador, con sus problemas y también su orgullo. Ahora, es la zona cero de la zona cero, el lugar con mayor incidencia de contagios de Madrid y del país. En la zona básica asignada al centro de salud Martínez de la Riva, la tasa de incidencia en los últimos 14 días se eleva a 1.903,96 casos por cada 100.000 habitantes. Un dato ayuda a medir la magnitud de la pandemia en este barrio: la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda abrir las escuelas solo si la tasa en los últimos 14 días se sitúa por debajo de 25 contagios para cada 100.000 habitantes. En Martínez de la Riva la multiplican por 80.
Pero, ¿cómo se ha llegado a esto? En Puente de Vallecas, las respuestas se reparten. Para unos, la irresponsabilidad de la gente ha conducido al barrio a una situación límite. Para otros, la inacción de los políticos, que no se preocupan por atajar las causas profundas del problema, explican el desastre.
En el bulevar Peña Gorbea, una calle que antes era un foco de marginalidad y que ahora, con una feria del libro y otra de artesanía, estaba levantando la cabeza, se encuentra la cafetería Lima. «Esto, cuando se permitió a la gente salir a la calle tras el primer confinamiento, fue una locura», cuenta Víctor Mendoza, empleado del establecimiento. «Aquí había gente esperando tres horas para coger una mesa y tuvimos que poner un periodo máximo de 20 minutos. Pero hubo mucha relajación. Ni distancia de seguridad, ni mascarilla, ni lavado de manos. Gente que no vivía junta compartía vasos y si les decías algo, te montaban bronca y te insultaban. Me decían: 'Déjame en paz, no es asunto tuyo'. Y por la noche era peor. Grupos de más de 20 personas bebiendo tragos en la calle», recuerda Mendoza, que lamenta la situación en la que se van a ver los negocios de la zona con las nuevas restricciones. «Hemos aguantado los meses de cierre tirando de ahorros, pero ya no nos quedan ahorros», relata.
«Todo está vacío»
En las últimas dos semanas, la caja de la cafetería Lima se ha reducido en un 90%. No hay movimiento. Por las calles de Puente de Vallecas ahora apenas caminan algunas personas que van solas, con prisa, a hacer un recado rápido en el mercado y de vuelta a casa. La gente mayor ya no pasea. El barrio entró en una especie de confinamiento mental hace dos semanas, cuando la situación era ya muy preocupante. «Desde hace doce o catorce días, todo está vacío», corrobora Javier Alvarez, que regente la frutería Pablo, junto al colorido Mercado de Vallecas. Cuenta que desde el inicio de la pandemia se le han muerto varios clientes, aunque el negocio no se ha resentido. «La gente compraba mucha fruta y teníamos envío a domicilio», apunta. Pero con las nuevas medidas espera «pocos beneficios y muchas pérdidas».
«Ya se está empezando a notar que la situación económica de las familias es peor. A mí hay más gente que me pide que le fíe, que ya me pagará», añade, antes de terminar con una frase que resume el sentimiento del barrio. «Aquí la gente es maja, lo que pasa es que cuando algo se hace mal se le da más cancha que si lo hacen mal en otros sitios».
Porque sí, hay autocrítica, los vallecanos admiten relajación, pero también protestan contra un estigma que les cae encima porque, dicen, nadie se preocupa en buscar soluciones a otros problemas del barrio. «Aquí viven dos y tres familias enteras en 30 metros cuadrados, comparten el baño y 24 horas al día. La pobreza y la desigualdad son las causas de lo que está ocurriendo aquí», argumenta A. G. P. «Nadie va a la sanidad privada, todos vamos a la pública porque casi nadie puede pagar 80 euros por una PCR. Y los centros de salud están colapsados, los resultados llegan tarde y ya se han producido los contagios en las casas», asevera. ¿La solución? «Que el Estado prohíba por ley este hacinamiento y proporcione un lugar digno para vivir a estas familias. Pero es más fácil señalarnos y decir que la culpa es de la gente», zanja.
Frente a él, en la terraza de un bar, Fernando reflexiona: «Cuando las personas no tienen trabajo, deambulan, se mueven de un lado a otro, entran y salen de las casas. No tienen nada que hacer y no paran de darle vueltas a la cabeza, se juntan con todos y a veces beben. Eso es muy malo también para el virus», señala este hombre, que no cree que las restricciones vayan a solucionar nada. «Pasará lo mismo que antes: cuando se levanten, la gente volverá a salir sin control y habrá un efecto rebote», vaticina. Y en este punto, su compañero A. G. P. toma la palabra. «Los políticos o quienes crean que esto es un asunto de pobres están equivocados. Cuando tienes a un kilómetro a gente que lo está pasando mal, el problema te acabará afectando».