Podía haberse quedado con los clientes de sus estrellas Michelin y beber los aires del poder en Washington, pero en lugar de eso se hizo adicto a las sonrisas sinceras de los desarrapados del mundo, a los que ponía un plato en la mesa cuando más lo necesitaban. Y cuanto más daba más recibía, así que ya no pudo parar. José Andrés (Mieres, 1969), flamante premio princesa de Asturias de la concordia, se ilusionó con cambiar el mundo a través de los restaurantes.
-¿Qué ha sido más difícil, que le reconozcan en España o abrirse camino en Estados Unidos?
-No trabajo para que alguien me dé las gracias o para sentirme reconocido. Para mí, la sonrisa de mi mujer o el abrazo de mi hija ya son un reconocimiento increíble.
-Pero al vivir fuera de España siempre queda un vacío, ¿no?
-Sí, yo seré emigrante toda mi vida. Soy un pequeño ejemplo de tantos que hay en el mundo, inmigrantes que tendemos puentes y entendemos que somos mejores cuando somos aceptados y aceptamos a otros.
-Usted creó la oenegé World Central Kitchen. ¿Qué pretende?
-Queremos pasar del ritmo de emergencia al del desarrollo. Cuando llegamos a Haití, empezamos a comprar el arroz de los productores; en Guatemala o en Honduras, las frutas y verduras; en Bahamas o en Puerto Rico tenemos ya más de 250 granjas en las que hemos invertido para que los granjeros no se fueran de la isla, sino que se ayudaran a seguir creando trabajo y alimento. Invertir en la solución para dar de comer, pero en el proceso empezar a crear una sociedad mejor.
-Usted es de los que prefieren construir puentes en lugar de muros. ¿Por eso le dieron el premio Princesa de Asturias?
-Yo soy un chico más en este mar de empatía, soy una gota más en este océano de intentar mejorarlo todo.
-¿Cómo puede la alimentación ayudar a mejorar el mundo?
-Debería haber un experto en alimentación con cada presidente, es un error hacerla depender del Ministerio de Agricultura.