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¿Qué nos ha enseñado el covid-19 sobre la crisis ecológica?

SOCIEDAD

El lago Poopo, en Bolivia, afectado por el cambio climático
El lago Poopo, en Bolivia, afectado por el cambio climático DAVID MERCADO | reuters

La pandemia ha demostrado los vulnerables que somos los seres humanos ante una naturaleza que estamos deteriorando

13 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

No parece el mejor momento para extraer lecciones que nos haya podido dejar el covid-19. Al principio todo era solidaridad y se decía mucho aquello de «saldremos mejores». Pero el mundo no ha salido de la pandemia y se ha metido en una nueva guerra. En todo caso, la crisis sanitaria ha sembrado alguna semilla de la que se podrían recoger frutos. Por ejemplo, la política se ha dejado guiar en todo momento por la ciencia, hasta el punto de tomar decisiones tan extremas como los confinamientos. Además, los gobiernos han comprobado en vivo y en directo los beneficios del método científico, sobre todo una vez que estaba disponible la vacuna. Seguir la luz que aporta el conocimiento científico y actuar en consecuencia señala el camino para gestionar el mayor desafío que afronta la humanidad: el colapso ecológico.

El problema medioambiental es mucho más complejo que una pandemia y una guerra. También sus consecuencias son mayores. La crisis ecológica es la madre de todas las crisis porque en ella caben las demás. Hasta que se demuestre lo contrario, una de las hipótesis más sólidas sobre el origen del covid-19 apunta a las malas condiciones del mercado chino de Wuhan. Es decir, nuestra relación con la naturaleza ha propiciado la aparición del coronavirus. Puede que algún día un estudio publicado en Nature lo confirme, pero la humanidad estará ya a otra cosa. Como mucho la noticia ocupará un minuto en un telediario y no tendrá el mismo impacto que lo hubiera tenido al principio de la pandemia, cuando tratábamos de entender por qué estaba sucediendo. 

Precisamente, este es el problema de la crisis ecológica, que no se manifiesta como uno esperaría, ni en el espacio ni el tiempo. De hecho, pone en jaque la capacidad humana de entender un asunto. Solo esto explica que la situación siga empeorando a pesar de las advertencias. La evidencia en torno a las causas y los efectos llevan décadas siendo abrumadoras. Y el consenso científico resulta absoluto. Sin embargo, cualquier indicador muestra que la situación no mejora, sino más bien justo lo contrario. Los gases de efecto invernadero no han dejado de aumentar hasta niveles inéditos en tres millones de años, igual que la temperatura media. Es verdad que este incremento comenzó con la Revolución Industrial, pero la curva de crecimiento se ha intensificado en las últimas décadas, cuando estaban ya vigentes compromisos internacionales como el Protocolo de Kioto. Es decir, la humanidad ha estado liberando millones de toneladas de gases de efecto invernadero que calientan la Tierra a sabiendas. Resulta desolador, pero así es. Hay que añadir la pérdida de la biodiversidad, que aumenta la probabilidad de que los virus puedan saltar de los animales a los humanos. El covid-19 es una consecuencia más de nuestra relación hostil con el medio ambiente.

La pandemia ha evidenciado que el ser humano acaba reaccionando en situaciones extremas. No es la primera vez. Con el problema de la capa de ozono ocurrió lo mismo. Cuando los gases CFCs destruyeron el escudo que frena la peligrosa radiación ultravioleta y en juego estaba la salud de todos los seres vivos, la comunidad internacional reaccionó rápidamente aprobando el Protocolo de Montreal. Ambos problemas tienen en común: sus efectos visibles. Es probable que la pandemia confirme en este sentido que la respuesta al cambio climático no se producirá hasta que las consecuencias no sean lo suficientemente apreciables. Otra lección importante, pero muy inquietante, porque, de nuevo, jamás se comportará como un virus. Además de pandemias, puede producir la pérdida de cosechas y desencadenar una escalada de precios de los alimentos que provoque una crisis económica que afecte a millones de personas y condene a varias generaciones a una situación precaria. También generar una crisis migratoria que aumente las tensiones sociales y favorezca el auge de posturas extremistas como el racismo. El cambio climático no es solo una cuestión de extinciones, sino también de hacer la vida más difícil.

El covid nos ha demostrado, además, lo vulnerables que somos ante el mundo natural. A pesar de vivir en la sociedad más próspera, moderna y tecnológica de la historia, un virus ha sido capaz de paralizar el planeta entero. Por muy sofisticada que parezca nuestra civilización continuamos a merced de una naturaleza que estamos deteriorando.

Al menos, la gestión de la pandemia y la aparición de las vacunas en un tiempo récord han reforzado la confianza en el conocimiento científico. Evidentemente sigue habiendo oposición, como en tantas otras épocas de la historia, pero nunca antes hubo tantos defensores. No hacen tanto ruido, pero están ahí. Y, lo más importante, por primera vez hay una generación entera de niñas y jóvenes que han visto, entendido y experimentado el valor de la investigación científica. Ellos y ellas están llamadas a garantizar el futuro de la vida en la Tierra y puede que llegado el momento no solo decidan dejarse guiar, sino algo mucho más necesario: ir a la raíz del verdadero problema y tratar de solucionarlo. Ese es el progreso que falta.