Un equipo gallego descubre por qué la lactancia materna protege contra la obesidad
SOCIEDAD
Estimula una proteína que activa la grasa parda, que quema calorías
25 jul 2022 . Actualizado a las 17:05 h.¿Por qué una persona que consume una dieta rica en grasas está delgada mientras que otras se convierten en obesas? No existe una respuesta única a esta pregunta, para la que aún hay múltiples interrogantes. Influye desde la genética a los hábitos de vida, no solo de esa persona, sino también los de la madre durante el embarazo.
Pero este puzle aún incompleto tiene ahora una nueva pieza: la lactancia materna. Los bebés alimentados con leche materna de forma prolongada, probablemente al menos durante nueve meses, están más protegidos que otros frente a la obesidad de adultos. Es algo que se intuía y todas las pistas indicaban hacia este camino, pero que acaba de demostrar un equipo de investigadores gallegos adscritos al Cimus de la Universidade de Santiago, al Ciber de Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición y al Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago.
Pero, lo que es más importante aún, no solo lo han probado, sino que han identificado el mecanismo biológico que lo hace posible, lo que abre la vía para identificar nuevas dianas dirigidas a tratamientos antiobesidad, a detectar el riesgo de enfermedades metabólicas futuras en la infancia o mismo a enriquecer las leches de fórmula para hacerlas lo más parecido posible a las naturales.
El hallazgo se ha publicado en la revista científica Nature Metabolism, lo que da prueba de su importancia. «Estamos muy satisfechos porque, por primera vez, hemos descrito el mecanismo mediante el cual la lactancia protege frente al desarrollo de obesidad con efectos a largo plazo en la vida adulta», explica Luisa Seoane, directora del grupo de investigación Fisiopatología Endocrina del IDIS y artífice del trabajo junto a Rubén Nogueiras, jefe del equipo de Metabolismo Molecular.
En el estudio se comparó a un grupo de roedores alimentados durante tres semanas con lactancia materna con otro que recibió un añadido de una semana más con la misma dieta, lo que en humanos equivale a tres meses más. Y en ambos casos recibieron una dieta rica en grasas.
«Los que estuvieron una semana más alimentados con leche materna tenían una mayor actividad del tejido adiposo pardo, lo que incrementaba su gasto energético, por lo que comiendo lo mismo pesaban menos y tenían menos grasa corporal», apunta Seoane, cuyo equipo trabajará ahora en muestras de sangre de niños y de leche materna para comprobar si este mismo efecto ocurre en los humanos, lo que es más que posible. Harán falta, sin embargo, estudios clínicos para comprender mejor los beneficios metabólicos a largo plazo de la lactancia materna.
Aunque el ajuste todavía no se ha hecho, para que los humanos tuvieran un beneficio parecido tendrían que estar alimentados con leche materna al menos durante nueve meses. La OMS recomienda un mínimo de seis meses.
Pero la cuestión clave es: ¿por qué ocurre este fenómeno? La clave está en una proteína producida por el hígado, conocida como factor de crecimiento de fibroblastos 21 (FGF21), cuya liberación está estimulada por la lactancia materna. ¿Qué ocurre después? Que desde el hígado llega al hipotálamo, la región del cerebro que desempeña un papel clave en el control del consumo y la utilización de energía en el organismo. Una vez en esta zona activa los receptores de dopamina, un neurotransmisor con múltiples funciones biológicas y esto, a su vez, conduce a una mayor actividad de la grasa parda, el tejido que incrementa el gasto energético en el organismo y que, directamente, quema calorías. O, lo que es lo mismo, es lo que nos permite estar delgados comiendo una rica dieta en grasas.
La investigación, publicada ahora en una de las principales revistas científicas, fue, en realidad, un camino de obstáculos que supuso la culminación de doce años de trabajo, además de otros previos.
Doce años de trabajo
Este recorrido dio lugar a dos tesis doctorales de Verónica Peña y Silvia Barja, primeras autoras del estudio junto a Cintia Folgueira. El momento eureka tardó en aparecer, pero llegó. La hipótesis planteada era buena, pero demostrarla no fue fácil, además de muy caro, por lo que los científicos también tuvieron serias dificultades de financiación y momentos de desánimo. «Alimentar a ratones con una dieta rica en grasas es carísimo, al nivel del solomillo. Los experimentos eran carísimos», relata de forma gráfica Seoane, la instigadora del estudio, que encontró el apoyo de Rubén Nogueiras y Carlos Diéguez para poder sacarlo adelante.