Tras dos trasplantes de riñón, Mario López espera el tercero superándose a sí mismo y coleccionando medallas de natación
07 nov 2022 . Actualizado a las 12:47 h.Un día, al volver de clase, Mario fue al baño y orinó con sangre. Tenía solo 13 años. Aquel fue el primer síntoma de una nefropatía IGA que le acompaña desde entonces. «Es una enfermedad renal autoinmune. Simplificando mucho, mi propio cuerpo ataca a mis riñones», explica Mario López Payo, que vive en A Estrada y que ahora tiene 45 años.
«Fue duro acostumbrarme a lidiar con la enfermedad en la adolescencia. Me pusieron un tratamiento fortísimo. Empezaron las pruebas continuas en el hospital, la medicación, las dietas... Pero al mismo tiempo tenía que seguir con los estudios, que eran mi futuro», comenta.
«Tenía un 50 % de probabilidades de que se recuperasen los riñones, pero en mi caso no fue así. Fue empeorando. En la última etapa, antes de entrar en hemodiálisis a veces no era capaz de levantarme de cama. Tenía vómitos, somnolencia... Un día tuve que ingresar por urgencias y me hicieron la primera hemodiálisis», explica Mario.
Rondaba la mayoría de edad cuando fue sometido a su primer trasplante. «Es como estar muerto y revivir. Al recuperar la salud al 100 % veía la vida de colores. Recuperé el olfato, el apetito, los sabores, ya no me cansaba... Te empapas de la vida. Es la felicidad total», explica.
Esa felicidad tenía fecha de caducidad. «Un riñón trasplantado dura entre 10 y 15 años. En mi caso fueron 12. Se fue deteriorando hasta que llegó el rechazo total y volví a hemodiálisis», comenta.
Pero Mario nació de pie. Con 30 años volvió a recibir «la llamada de la esperanza»: había aparecido otro donante. «Tuve mucha suerte. Hay personas que no son aptas para un trasplante y otras que nunca encuentran un órgano compatible», reconoce. «No hay día que no me acuerde de la generosidad de los donantes y de sus familias. Me salvaron la vida dos veces. Nadie vive tantos años en diálisis. Sin los trasplantes estaría muerto», dice. «Por eso no me importa exponerme. Quiero que mi testimonio sirva de algo. Es vital promocionar la donación de órganos y yo desde Alcer ayudo en lo que puedo. La gente tiene que saber lo importante que es. Cada persona puede salvar hasta siete vidas y a cualquiera le puede tocar», cuenta Mario.
En la actualidad, Mario lleva tres años y dos meses esperando su tercer trasplante. Tres días a la semana pasa cuatro horas enganchado a la máquina de hemodiálisis. «Llego a casa como si hubiese corrido una maratón», cuenta.
A pesar de todo, el estradense sigue exprimiendo la vida. La enfermedad le ha obligado a tramitar una incapacidad absoluta y la familia, los amigos y el deporte se han convertido en sus grandes refugios. En natación empezó a competir este año y ya tiene el medallero bien nutrido. Ha logrado cinco oros y un bronce en los juegos nacionales para personas trasplantadas y en diálisis celebrados en Gijón y otro bronce en el campeonato de natación máster de invierno, compitiendo con personas completamente sanas. También logró tres oros, una plata y un bronce en agosto en los Juegos Europeos de Oxford para personas trasplantadas o en diálisis y sueña con encontrar un tercer riñón para poder ir en abril a los Juegos Mundiales para trasplantados.
«El deporte es un tratamiento brutal que me ayuda a contrarrestar los efectos secundarios de la hemodiálisis tanto a nivel físico como psicológico», comenta optimista. Entre brazada y brazada confía en recibir su tercera llamada para seguir sacándole jugo a la vida.