Tras un lustro desocupado, el Flatiron de Nueva York fue adquirido por un comprador que no tenía los 190 millones de dólares que le pedían
28 ago 2023 . Actualizado a las 08:58 h.Encajado entre la Quinta Avenida y la calle Broadway desde hace más de un siglo, el edificio Flatiron es de los más emblemáticos de Nueva York. Este año, tras casi un lustro desocupado, y arrastrando una urgente necesidad de reformas, el Flatiron fue protagonista de una venta accidentada.
Desde 1903, el Flatiron ha acogido empresas, un consulado de la Rusia imperial, una oficina de reclutamiento para la Primera Guerra Mundial, una revista sobre béisbol y hasta una organización mafiosa en los años 20. Desde 1959, sin embargo, sería la editorial Macmillan la que, empezando por su filial, St. Martin, iría mudándose gradualmente al edificio, ocupándolo por completo durante casi 60 años.
En las últimas décadas, cuenta Jeffrey Gural, uno de los dueños, «la propiedad estaba en manos de cuatro caseros». La posesión grupal del edificio hacía que «lo más difícil fuese encontrar un camino hacia adelante con el que todos estuviesen de acuerdo». Que el único arrendatario hasta el 2019 fuese Macmillan facilitó las cosas y propició un equilibrio que sobrevivió durante décadas. En ese año, tras expirar el contrato, la compañía decidió mudarse a otro edificio histórico neoyorquino de la calle Broadway.
Los trabajadores de Macmillan adoraban el edificio, a pesar de los contras, como que su planta triangular provocase que su esquina frontal fuera la más ventosa de la ciudad, hasta el punto de congregar a los mirones de principios del siglo XX, que se detenían allí con la esperanza de que una ráfaga de viento les permitiese atisbar un tobillo femenino. A pesar de ellos, cuando se conoció la noticia de la mudanza, una empleada de la editorial declaraba al New York Times que les sacarían de allí a todos «pataleando y entre gritos».
La salida de Macmillan quebró también el statu quo. «Una vez que se mudaron, idear un plan en el que los cuatro estuviésemos de acuerdo se convirtió en imposible», reconoce Gural a La Voz de Galicia. Los desacuerdos entre los dueños fueron a peor hasta que Nathan Silverstein, poseedor del 25 % del edificio, se plantó frente a los otros tres inversores, vetando todas las decisiones de calado hasta que, en enero pasado, un juez ordenó la subasta del edificio.
El comprador fue un hombre misterioso de 31 años, Jacob Garlick, que se presentó con una oferta de 190 millones de dólares (en torno a 176 millones de euros), superior a la oferta de Jeffrey Gural, que quiso quedarse con la construcción al completo. «Es uno de los sueños de mi vida desde que tengo 14 años», declaraba Garlick a la cadena de noticias NY1 tras la compra.
Subasta con sorpresa
Pero la emoción no debió de durarle demasiado. Al poco de celebrarse la subasta se supo que Garlick no pagó el depósito inicial de 19 millones de dólares. Ni siquiera respondía a las llamadas. Jeffrey Gural supo que algo andaba mal cuando Garlick le pidió 19 millones a cambio de cederle un 10 por ciento del edificio. «Me preocupó. Fue una señal de que no tenía el dinero». Como los otros tres inversores originales declinaron la opción de comprarlo, el fondo de inversión de Gural lo adquirió por 161 millones de dólares.
A Jacob Garlick, los anteriores dueños, Gural incluido, le exigen ahora los 19 millones en concepto de daños y perjuicios. La jugada «le consiguió sus 15 minutos de fama», dicen en la demanda.
Algunos medios neoyorquinos han recogido la posibilidad de que el edificio se convierta en apartamentos de lujo. Gural no suelta prenda. «Estamos en proceso de ver qué hacemos con él», responde sobre el futuro del Flatiron.